lunes, 19 de enero de 2009

DEMOCRACIA Y TERRORISMO

Existe entre los políticos nacionalistas una costumbre muy extendida consistente en equiparar sus propios cargos públicos, personas o actividades políticas con el territorio que afirman defender o con su población. Así, cuando se critica al lehendakari enseguida saltan voces airadas que afirman que se está atacando a Euskadi o a Cataluña si el atacado es el President o algún Conseller. En el caso del Gobierno de Israel y los de los Territorios Palestinos (Hamás y la ANP) sucede algo semejante. Lo hemos visto estos días, con las manifestaciones a favor de los palestinos y las manifestaciones a favor de Israel. Voces indignadas acusaban de antisemita a todo aquel que cuestionaba o criticaba las acciones militares israelíes en la franja; o por el contrario tachaban de sionistas a quienes las defendían. Equiparar la actual política del gobierno israelí con el Estado de Israel o con el pueblo judío es un error de igual calibre que asumir que los fundamentalistas fanáticos de Hamás y el pueblo palestino sean la misma cosa. Criticar las acciones militares del ejército israelí en Gaza no implica en absoluto una crítica a los judíos ni a los israelíes como pueblo. Lo que ocurre es que los políticos y sus acólitos saben muy bien que aquí nos la cogemos con papel de fumar y que somos un país lleno de complejos donde lo políticamente correcto se ha convertido en el nuevo dios de la democracia. Pareciera que para poder hablar del tema hubiese que condenar con la misma vehemencia a Hamás, como si ambas partes tuviesen el mismo peso específico y la misma responsabilidad. Pero es que no es así, por mucho que quieran hacérnoslo ver de ese modo. No se pueden juzgar con la misma vara las acciones y las decisiones de un gobierno supuestamente democrático y las de un grupo terrorista del tipo que sea.
Nadie cuestiona el derecho del Gobierno de Israel a defender a sus ciudadanos de los ataques desde territorio palestino, ni el derecho de esos ciudadanos a que su gobierno los defienda (tampoco debería cuestionarse el derecho de los ciudadanos palestinos a que sus gobernantes hagan lo propio). Lo que se está cuestionando aquí son los métodos empleados. Que Hamás es un grupo terrorista lo sabemos todos. Que se han aprovechado de la miseria de su pueblo y de la ineptitud y la corrupción de la Autoridad Palestina para hacerse con el apoyo popular de los habitantes de la Franja de Gaza tampoco es cosa discutible. Pero ninguna de esas razones da derecho a un estado que se dice democrático y que presume de ser la única democracia estable en la zona para actuar como lo ha hecho. El Gobierno de Israel pierde así toda la legitimidad moral que pudiera asistirle para enarbolar la bandera del derecho a la autodefensa. La democracia tiene innumerables ventajas pero también tiene sus inconvenientes. Y uno de ellos es que para combatir el terrorismo el estado no puede usar las mismas tácticas que los terroristas.
Lo que el Gobierno de Israel ha estado haciendo en Gaza por medio de su ejército es lo que vulgarmente se llama matar moscas a cañonazos, con la salvedad, no precisamente insignificante, de que los muertos en este caso no son moscas sino personas. Se esgrime el argumento de que es Hamás quien usa a la propia población civil como escudos humanos y que los milicianos y dirigentes se ocultan en bloques de pisos para evitar ser detenidos. Y eso es cierto. Pero no es menos cierto que la solución a ese problema no puede ser bombardear el edificio y acabar así con la vida de niños, mujeres y hombres inocentes además de con los milicianos. Como tampoco es de recibo prohibir la entrada de ayuda humanitaria para la población civil o bombardear por “error” los depósitos de Naciones Unidas donde se guardaba lo poco que pudo llegar. Eso, se mire como se mire, se llama terrorismo de Estado.
Los estados democráticos están obligados a buscar otras vías para garantizar la seguridad de sus ciudadanos. Todas las democracias del mundo sufren hoy día la amenaza del terrorismo dentro de su territorio, y algunas mucho más que la simple amenaza. En España sabemos bastante del tema. Para entender lo que digo basta con un sencillo ejercicio de imaginación, salvando las distancias. Basta imaginar al ejército español bombardeando los pueblos del país vasco donde hay alcaldes de ANV o disparando misiles desde un helicóptero al coche donde viaja un dirigente de ETA en cualquier carretera de Francia, llevándose por delante los coches que haga falta en el camino.
Lo más triste de todo es que esto no hace más que alimentar la espiral de violencia entre unos y otros. Para mi, además, es la prueba evidente de que el actual gobierno de Israel no quiere la paz bajo ningún concepto. Que Hamás tampoco la quiere es algo igual de evidente. Pero se supone que los demócratas somos los buenos de la película. O a lo mejor es que el día que lo explicaron yo no fui a clase.

GRACIAS

Muchas gracias a todos los que os habeis ofrecido a colaborar,a pesar de la premura de tiempo. Y especialmente a Juanrahig por su esfuerzo.

domingo, 18 de enero de 2009

ZAFARRANCHO DE COMBATE



Todo comienza con una llamada de teléfono. Una amiga tienen un amigo, médico militar, destinado en Afganistán. Sale para allá el martes y está recogiendo prendas básicas para combatir el frío, sobre todo zapatos, calcetines y leotardos para los niños que se ven obligados a caminar descalzos por la nieve. A partir de ahí el día se convierte en una sucesión de llamadas a amigos y conocidos y una incesante búsqueda de prendas útiles, nuevas o usadas. Balance del día: 9 pares de zapatos, 4 polares y 12 pares de calcetines.

Otro parche más. Inútil para algunos, insuficiente para otros, tranquilizante de conciencia para muchos. ¿Qué pensarán al respecto los niños afganos que la semana que viene podrán ponerse zapatos y calcetines?

jueves, 8 de enero de 2009

¿Y YO QUE PINTO?

Nos cuenta Io en una entrada en su blog como se siente impotente ante lo que está ocurriendo en Gaza, su dolor, su rabia, su desesperanza por no poder hacer nada para que quienes podrían parar la agresión la paren.

Cuando era más joven soñaba con poder cambiar el mundo. Después, los años y la vida me enseñaron que solo podemos cambiarnos a nosotros mismos –que no es poco trabajo- pero que eso, a su vez, cambia el mundo, aunque sea a pequeña escala. Yo también me preguntaba ¿hasta cuando vamos a aguantar? ¿Cuándo vamos a reaccionar? Pensaba en la necesaria acción común, en masas que se echaban a la calle para pedir justicia y paz. Hasta que comprendí que yo no tengo poder sobre las masas, ni necesito tenerlo. Yo debo actuar cuando pienso que es necesario actuar, independientemente de que otros me sigan o hagan lo mismo. Si otros se unen a la acción que emprendo y considero justa, bienvenidos sean, podremos hacer más. Pero esa es una decisión que no me atañe a mi sino a cada uno y que por tanto no está en mi mano. De modo que la (s) pregunta (s) sería (n): ¿hasta cuando voy a aguantar sin actuar –más que sin reaccionar-?
¿Hasta donde me importa lo que está pasando en el mundo y hasta donde estoy dispuesto a comprometerme? ¿Qué estoy dispuesto a sacrificar por lo que creo justo? Esas son las preguntas que yo me hago, OJO, que YO me hago, lo cual no quiere decir que otros deban hacerse las mismas. Cada cual es libre de cuestionarse lo que el cuerpo le pida y tan legítimas son las preguntas de unos como las de otros.

Respecto a qué pintamos nosotros en todo esto o, dicho de otro modo, que podemos hacer personalmente para solucionar esta y otras situaciones vergonzosas que ocurren en el mundo, pues cada uno deberá buscar sus recetas. Yo tengo las mías, que paso a relatar por si a alguien les pudiesen servir. Yo no puedo evitar las muertes causadas por conflictos como el de Gaza o por crisis más enquistadas aún en otras partes del mundo –hambrunas, desnutrición crónica, desastres naturales, enfermedades olvidadas, conflictos armados que a nadie le importan y que nadie conoce- pero si puedo colaborar a que quienes trabajan sobre el terreno para ayudar a las víctimas tengan más facilidades. En mi caso opté hace ya tiempo por colaborar económicamente con
Médicos sin Fronteras (hay otras muchas organizaciones pero quizá por deformación profesional escogí esta). Existen otras organizaciones de reconocido prestigio y seriedad con las cuales uno puede colaborar, económicamente o dedicándole su tiempo para ayudar a difundir lo que hacen y ayudar a captar socios, dando a conocer lo que haces entre tus amigos, conocidos y familiares, invitándoles a que también ellos den el paso.
De ese modo uno nunca sabe que persona, qué padre, qué hijo, qué madre o abuelo va a recibir la ayuda que nadie más le prestará, pero sí sabe que su aportación y su esfuerzo está salvando vidas y ayudando a que otras personas sufran menos de lo que sufrirían sin ella. Y eso, para mi, ya es cambiar el mundo. Desde luego cambia el mundo de quienes reciben nuestra ayuda.

Desde arriba nadie va a promover el cambio. El sistema que crea los problemas no va a aportar la solución. Desde luego se puede salir a la calle –y se debe- a exigir un cambio de política pero en tanto no seamos muchos no hay que quedarse de brazos cruzados. Por poco que hagamos siempre será menos que nada y salvar la vida de una sola persona ya es mucho. Protestar, indignarnos y sentir rabia es humano y hasta lógico. Expresarla también. Pero si nos quedamos solo en la queja, poco ayudamos a las víctimas. Vale más actuar en la medida de nuestras posibilidades. Averiguar realmente qué pintamos aquí cada uno de nosotros y mientras nos quede pintura, tratar de que el cuadro tenga un poco más de color
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