jueves, 24 de abril de 2008

EL TIBET DE IBARRETXE


Su Santidad Ibarretxe ha comparado estos días la situación del País Vasco con la del Tibet y China. Afirma Su Santidad que «al igual que el Dalai Lama dice que respeta profundamente a China, yo también respeto profundamente a España» y que «es muy difícil entender que pueblos tan grandes tengan tanto miedo a pueblos pequeñitos, como el pueblo de Tíbet o el pueblo vasco». Seguramente Su Santidad lo dice porque España invadió en su día el País Vasco, aunque curiosamente el Lehendakari no ha tenido que exiliarse a Francia y puede seguir disfrutando de su cargo como gobernante en Euskadi.
O a lo mejor, a lo que se refiere Su Santidad es a la opresión que el Estado Español ejerce sobre el pueblo vasco, haciendo todo lo posible para destruir su lengua y su cultura, encarcelando a quienes manifiestan sus ideas nacionalistas y reprimiendo violentamente cualquier manifestación pacífica de los vascos en pro de su independencia. ¿Quién no ha visto con asombro y repugnacia las imágenes de la guardia Civil y el ejército español aporreando y disparando a los sacerdotes vascos que protestaban por la situación de Euskadi o entrando a saco en los conventos para detener a monjes y monjas?
O puede ser que su Santidad Ibarretxe haga esta comparación basándose en la ingente cantidad de vascos nacionalistas que se han visto obligados a exiliarse a causa de la violencia que sobre ellos ejerce el Estado Español o los propios vascos no nacionalistas. Es bien sabido por todos que en Euskadi quien se atreve a hablar en voz alta sobre el derecho de autodeterminación del pueblo vasco se expone a graves consecuencias, viéndose obligado a llevar escolta, a ver su nombre dentro de una diana en pintadas callejeras, a cambiar sus itinerarios por miedo a un atentado, recibiendo amenazas de tipo mafioso o a ser acusado de fascista por los radicales españolistas.
Será que en el resto de España vivimos en la inopia y no comprendemos nada. Pero al parecer todos somos cómplices de tamaña barbarie. Hagamos puyas para que el Buda Sakyamuni nos ilumine a todos y podamos comprender. Tashi delek, Su Santidad. Que las condiciones interdependientes sean buenas y auspiciosas.

viernes, 11 de abril de 2008

NEANDERTALIA


Hay un periodo de nuestra historia que particularmente me fascina. Para ser exactos, no debería denominarlo historia porque las definiciones actuales lo clasifican como prehistoria. Tampoco nos vamos a pelear por eso. El caso es que el periodo al que me refiero se dio durante la última glaciación –la de Würm- y se prologó nada menos que durante 10.000 años, más o menos el periodo que abarca toda nuestra historia desde el neolítico hasta la era Zapatero. Por aquel entonces en la mayor parte de Europa hacía un frío del carajo –con perdón- y el paisaje esta cubierto en su mayoría por hielos y nieves perpetuas, salvo honrosas excepciones, verbigracia, el sur de nuestra península sin ir más lejos. Debió ser aquella una época muy dura para todos, animales y humanos, pero de una belleza salvaje difícilmente repetible, con una fauna magnífica compuesta por inmensos mamuts como pequeñas montañas, bisontes y enormes osos y leones de las cavernas.
Pero con ser ya de por sí magnífico el marco ecológico de aquel periodo, no es eso lo que lo hace fascinante. A ese fondo natural se une la trama más apasionante, maravillosa e irrepetible de cuantas haya podido vivir nuestra especie y de cuantas pueda vivir jamás. Y es que en ese tiempo y sobre la tierra que ahora pisamos convivieron durante 10.000 años dos humanidades distintas, dos especies de humanos semejantes en muchos aspectos pero radicalmente diferentes en otros. Me estoy refiriendo, naturalmente, a neandertales y cromañones –los sapiens, nuestra propia especie-.
Dicen los científicos que los neandertales fueron una especie autóctona, surgida en Europa, y cuyas poblaciones dominaron en exclusividad las tierras que se extienden desde Portugal hasta Oriente Medio durante todo el paleolítico medio. Eran seres muy duros, recios, perfectamente adaptados a la vida en aquella Europa glaciar y salvaje pero muy alejados de esa imagen de brutos ignorantes, medio monos y encorvados, con las que se les asoció durante mucho tiempo y con la que aún hoy les asocia mucha gente. Salvo por algunos rasgos anatómicos, los neandertales eran muy parecidos a nosotros. Aparte de la robustez de su cuerpo, nos llamarían la atención sus rasgos faciales: una frente huidiza y un cráneo alargado, unos arcos superciliares muy marcados, una nariz ancha y chata –muy útil para calentar el aire gélido de aquellos años- y una barbilla recogida, sin mentón. Admirables cazadores, este grupo humano compartió con nosotros muchas de las características que hoy consideramos comunes a nuestra especie: la vida en familia, el cuidado de lo enfermos, algún determinado tipo de medicina –los fósiles demuestran que algunos individuos sobrevivieron a enfermedades que les habrían llevado a una muerte segura de no contar con cuidados por parte del grupo-, la fabricación de utensilios de piedra muy elaborados, el enterramiento de sus muertos y –quizá- algún tipo de arte. Y sin embargo, no eran Homo sapiens, sino otra especie de hombre que en algún momento de su historia se topó con nosotros, que llegábamos desde el este habiendo subido desde el continente africano.
Me pregunto como sería este encuentro, un encuentro mil veces repetido en mil lugares diferentes a lo largo de esos diez milenios de contacto. Me pregunto si convivieron o simplemente se toleraron, si aprendieron unos de otros, si llegaron a mezclarse o tuvieron algún tipo de descendencia. Y me pregunto sobre todo porqué desaparecieron los neandertales al final de ese periodo y solo quedamos nosotros como únicos representantes de la humanidad.
No se fueron del todo. Tengo algunos restos de sílex tallados que he recogido en mis excursiones campestres. Son algunas puntas, raederas y cuchillos tallados por manos neandertales. Me gusta manosearlos e imaginar quién fabricó aquello hace 25 o 30.000 años, si sería quizá el último representante de su especie, el último mohicano de una raza que dominó un continente durante casi 300.000 años y que un día entregó su cuerpo a la tierra junto con sus herramientas de caza, tras recordar quizá muchas noches junto al fuego, al lado de su grupo, mientras hablaban sobre aquellos seres extraños de piel oscura que un día aparecieron en sus tierras y terminaron haciéndose los amos del territorio y de la caza. Poco podía imaginar aquél neandertal que después de tantos milenios, al manosear aquellas piezas, un descendiente de aquellos pioneros del este le recordaría todavía, aun si haberle conocido jamás.

domingo, 6 de abril de 2008

AU CLAIRE DE LA LUNE


Corría el año 1854 en París. En su estudio, Monsieur Édouard-Léon Scott de Martinville, impresor, librero, escritor e inventor, andaba corrigiendo unos grabados para un texto de física. Entre esos grabados encontró unos dibujos de anatomía del oido interno. Martinville era un hombre culto que al estar en contacto con textos de diversas disciplinas por su condición de impresor, estaba al corriente de las últimas novedades científicas. De modo que al ver aquellos dibujos se propuso inventar un mecanismo que imitase la función del oido y que permitiese grabar el sonido en un soporte físico, como hacía la fotografía con la imagen. Faltaban aún casi 20 años para que Edison inventara el fonógrafo, cuando Monsieur Scott de Martinville entregó su diseño en un sobre sellado a la Academia Francesa. El 25 de marzo de 1857 recibió la patente francesa #17,897/31,470 por el fonoautógrafo. Este aparato mecánico sustituía el tímpano por una membrana elástica y los huesos del oido por una serie de palancas, que movían un estilete que presionaría en una superficie de papel, madera o vidrio cubierta por negro de humo.

El invento de Martinville apenas pasó de ahí, de una patente archivada y vendida a algunos laboratorios de investigación, fundamentalmente porque aunque el inventor había descubierto supuestamente el método para grabar el sonido, desconocía el método para reproducirlo. Lo cual significa que el francés nunca pudo oir sus grabaciones. Y los demás tampoco.

Luego llegó Edison con su fonógrafo y asombró al mundo con su grabación de "María tenía un corderito" (1877) y la captura de un fragmento del oratorio de Haendel en un cilindro de cera, considerada hasta hoy por los expertos la grabación más antigua que se conserva. Hasta hoy, porque unos investigadores de Berkeley acaban de localizar en un archivo de París una grabación de diez segundos realizada con el "fonoautógrafo"de Martinville en 1860, es decir, diecisiete años antes. Al parecer existen grabaciones aún más antiguas pero están tan deterioradas que no es posible oir nada en ellas (tengamos en cuenta que el soporte es un papel ennegrecido con humo, por lo que ya constituye un auténtico milagro que haya llegado alguna hasta nosotros). Esta grabación de 1860 es un fragmento de una cación infantil francesa, titulada Au claire de la lune (Al claro de la luna). Se trata por tanto de la grabación sonora más antigua conservada de la historia y a mi particularmente me pone los pelos de punta.

Aunque sea con casi siglo y medio de retraso, al fin Édouard-Léon Scott de Martinville ha visto reconocido su invento y hoy sabemos que si bien Edison fuese el primero en reproducir el sonido no fue el primero en grabarlo.

Aquí está la grabación original:



Y aquí un versión actual de la misma canción:




Está claro que lo de Monsieur Scott de Martinville era inventar y no cantar...