viernes, 16 de julio de 2010

SALVAR EL SERENGETI


A estas alturas del siglo XXI, cuando parece que la concienciación respecto a todo lo relacionado con la protección del medio ambiente alcanza una extensión considerable entre la población mundial, no deja de sorprenderme –será porque aún soy un iluso- noticias como que el Gobierno de Tanzania planea construir una autopista nada menos que al norte del Serengeti, paralela a la frontera con Kenya, cortando las rutas migratorias de las grandes manadas de ñús que cada año cruzan esa frontera en viaje de ida y vuelta hacia Masai Mara. Se trata de un fenómeno migratorio de dimensiones planetarias (más de dos millones de animales la realizan), ampliamente conocido y difundido en miles de documentales de naturaleza africana desde hace décadas.
La noticia me sorprende no por el hecho de que un gobierno prime más un supuesto desarrollo económico sobre los valores naturales de su territorio –eso es algo bastante habitual, desgraciadamente- sino precisamente porque esos valores naturales constituyen, en el caso concreto de Tanzania, uno de los mayores recursos económicos del país. Me estoy refiriendo, naturalmente, al turismo de Naturaleza, cada vez más extendido y que genera una de las mayores entradas de divisas en este país africano. Que el Gobierno tanzano pretenda cargarse de un plomazo esta gallina de los huevos de oro resulta de todo punto incomprensible. La migración anual de los herbívoros del Serengeti en busca de los pastos frescos que deja la estación de lluvias a una y otra margen del río Mara resulta absolutamente imprescindible para su supervivencia y la desaparición de estos supondría la disminución irremediable de los carnívoros que se alimentan de ellos –leones, guepardos, hienas y toda la cohorte de carroñeros que terminan la faena- y un cambio radical en las relaciones ecológicas entre herbívoros y plantas que podría resultar desastrosa para todo el ecosistema.
Existe, como en casi todos estos casos, una alternativa al trazado de esta autopista por el sur del parque, sin afectar para nada a los animales. Pero probablemente, también como en casi todos estos casos, ese trazado resulta más largo y consecuentemente más caro que el septentrional.
La polémica, pues, está servida. Las organizaciones conservacionistas se echan las manos a la cabeza ante esta insensatez. El Gobierno de Tanzania alega que esta vía es necesaria para el desarrollo económico de la zona occidental del Serengeti. El proyecto está todavía en fase de estudio y se proyecta su comienzo para el 2012.
El problema de esta autopista no reside solo en su impacto sobre las migraciones de los herbívoros sino en lo que implica introducir maquinaria pesada para su construcción dentro de este frágil ecosistema, así como en que facilitaría el acceso a las zonas de reserva incrementando los problemas de furtivismo que ya en la actualidad constituyen una seria amenaza para la fauna.
¿Tiene derecho Tanzania a desarrollarse económicamente? La respuesta es clara y tajante: por supuesto que sí, como cualquier otro país. ¿Tiene derecho a acabar con la que probablemente es la más rica y mejor conservada reserva de vida salvaje del mundo? ¿Son el Serengeti y sus riquezas naturales propiedad exclusiva del pueblo tanzano o son patrimonio de la humanidad que hay que proteger desde los organismos internacionales? El tema no deja de ser peliagudo y está cargado de consideraciones éticas, además de económicas y políticas.
Personalmente me cuesta creer que el Gobierno de Tanzania esté tan ciego. Me inclino a pensar, más bien, que se trata de un globo sonda para presionar a la comunidad internacional y exigir en su momento compensaciones económicas a cambio de cambiar el trazado de la autopista. Ojalá sea esa la cuestión. Creo firmemente que Tanzania tiene todo el derecho a realizar esa petición. La conservación de ese espacio natural único no puede recaer sólo sobre uno de los países africanos más pobres a costa de mermar su crecimiento económico y las mejoras en la calidad de vida de sus ciudadanos. Por tanto, los países desarrollados deberíamos contribuir económicamente para salvar el Serengeti, porque es responsabilidad de toda la humanidad la conservación de los pocos espacios vírgenes que nos quedan. No tenemos derecho a exigir a los países del tercer mundo que renuncien a su desarrollo económico para proteger unos ecosistemas de los que todos nos beneficiamos a cambio de nada, cuando en nuestros países hemos arrasado con todo lo arrasable y más aún en aras de un pretendido progreso. Pero tampoco podemos permitirnos el lujo de perder una joya como el Serengeti porque sería sin duda el mayor desastre ecológico de nuestra historia y una pérdida irremediable para las generaciones futuras y para nosotros mismos.
Existe ya una campaña internacional en marcha para salvar el Serengeti y espero de todo corazón que en este caso se imponga la cordura y los ejércitos viajeros puedan seguir llevando a cabo sus migraciones como vienen haciendo desde hace miles de años.

domingo, 11 de abril de 2010

Siberia

La visión de Siberia desde el aire es sobrecogedora. A 10.000 metros de altura, como una mota diminuta colgada en el techo de la estepa, uno se siente verdaderamente insignificante ante tanta inmensidad. Kilómetros y kilómetros de tierra helada y plana, hasta donde abarca la vista, limitada solamente por el horizonte que da paso a un cielo intensamente azul y adornado el blanco suelo por jirones de tierra oscura, la cicatriz retorcida de algún río y los lagos mansos que salpican el paisaje.
Esta vastedad se me antoja comparable únicamente al mar. Podría decirse que estamos ante un mar de tierra y hielo, en calma ahora pero bajo la amenaza constante de la tempestad. Un lugar terrible para vivir pero, a su vez, tremendamente hermoso. Uno puede imaginarse como era el mundo, nuestro mundo, la Europa occidental, hace 50.000 años, en aquél tiempo mítico en que los mamuts, los rinocerontes lanudos y los neandertales dominaban los gélidos territorios del viejo continente, cuando el primer Homo sapiens no había plantado aún su huella firme, de colonizador africano, en las tierras de Europa.
Poco más allá-¡que pequeño se hace el mundo cuando uno viaja en avión!- el mar del norte y el mar blanco, antesalas del ártico con sus inmensos bloques de hielo flotante. ¡Cuánto mundo por descubrir para una vida tan breve! Cada día que pasa amo más a este pequeño planeta nuestro, tan hermoso y frágil.





domingo, 14 de marzo de 2010

30 AÑOS SIN FÉLIX

Conservo una foto que me hizo mi padre cuando yo tenía 6 o 7 años, mientras dibujaba algo en un papel. Recuerdo muy bien ese momento y también lo que estaba dibujando. Era un sábado por la mañana y el motivo de mi dibujo era un cervatillo, el mismo que había visto la noche anterior en el capítulo semanal de “El hombre y la tierra”.

No se me ocurre ningún personaje público que haya influido tanto en mi vida como lo hizo Félix Rodríguez de la Fuente. A él le debo mi amor por los animales y por la naturaleza en general, mi curiosidad, mi afición por la pintura y el dibujo naturalistas, por la fotografía, mi interés por la antropología y mi inclinación hacia los pueblos indígenas...incluso mi afición a la lectura y por hablar y escribir correctamente el castellano.

Se han dicho tantas cosas sobre Félix que resulta muy difícil hablar sobre él sin caer en el tópico. En mi infancia representó para mi la puerta que me abrió el mundo de las maravillas, una visión del mundo que antes no tenía, un ejemplo a seguir por su gran pasión por la vida; por el trabajo bien hecho; por la lucha en defensa de aquello que uno ama; por una curiosidad siempre viva; por la mirada siempre renovada ante el milagro de una hormiga, de una flor, de un lobo, de una tormenta...El mundo ya nunca fue igual tras escucharle, verle y leerle. Aquello me convirtió en el raro de mi casa, siempre ocupado y preocupado por los bichos, siempre deseando ir al monte donde nadie se explicaba qué se me había perdido, en una época en que el movil era algo inimaginable y mis padres me exigían para ir de acampada que hubiese un teléfono...

En casa de mis tios estaba la colección completa de su primera gran obra editorial "Fauna", y yo me pasaba las horas muertas mirando y leyendo aquellos volúmenes y soñando con viajar al Serengueti, a las selvas del Amazonas y, claro, como niño que era, yo trataba de emularlo. Y así, me dedicaba a escribir artículos sobre animales en casa y en el colegio, cosa que me sirvió tremendamente para esforzarme en usar un lenguaje correcto y amplió mi vocabulario de niño de 11 años hasta extremos que asombraban a mis profesores.

Pero más allá de esa influencia directa, muchos de los momentos que más me han emocionado los he pasado en el campo, con los animales, ante la visión de una diminuta musaraña o los lances de un águila pescadora. Y nada de eso habría sabido valorarlo si antes Félix no me hubiese abierto los ojos y el corazón.

Por eso, ese niño que fuí y que aún colea 30 años después no puede más que darle las gracias por todo lo que me ha dado, al igual que a muchos otros niños de entonces que hoy son hombres
Gracias amigo, maestro. Mientras sigamos con vida seguirás viviendo en nuestros corazones.