jueves, 30 de octubre de 2008

HACIENDO TABLA RASA

¿Quién no se ha encontrado alguna vez en la situación de verse cara a cara con un jefe, un superior u otra persona que nos inspire mucho respeto o incluso algo de miedo? En esas ocasiones es frecuente que uno se sienta algo apocado, agigantando la figura del superior simplemente por el concepto que tenemos de él. Le vemos como un cargo, no como una persona. No digo con esto que la jerarquía no tenga su papel en nuestra sociedad, ni que tratemos al jefe, al presidente o al ministro dándole palmaditas en la espalda y llamándole “pisha” o “quillo”. Lo que no tiene sentido es que su figura nos imponga tanto como para que nos entren sudores fríos o nos falte seguridad para afrontar la situación.
Existe una receta infalible que me dio hace muchos años un amigo sacerdote para hacer tabla rasa y ponernos a todos en el mismo nivel, en el de personas, que es el que realmente nos corresponde. Os aseguro que da una tranquilidad enorme para afrontar estos casos cuando se pone en práctica. Me decía mi amigo Vicente:

- Yo, cuando tengo que vérmelas con alguien que me impone mucho, siempre me lo imagino cagando. Me pasó cuando tuve que ir a ver al Papa. ¿Tú te imaginas al Papa cagando?

Pues eso. Tabla rasa.

jueves, 23 de octubre de 2008

SU TABACO, GRACIAS.

“Su tabaco, gracias”. Y te suelta un paquete de la marca que has elegido. Así reacciona la máquina expendedora (las pocas que quedan) cuando uno introduce el importe y le da al botón correspondiente. Así funcionamos nosotros, sin darnos cuenta, ante la mayoría de los estímulos externos, especialmente cuando esos estímulos vienen de los demás. Nos han educado para eso, vivimos en una sociedad que fomenta eso y nos hemos empapado de ese comportamiento desde pequeños. Hemos creado hábitos, hemos creado el hábito de la respuesta automática.
Cuando alguien nos halaga, nos sentimos bien y respondemos con algo amable o con una frase de modestia (de falsa modestia o como consecuencia de nuestro complejo de inferioridad); cuando alguien nos insulta o agravia, nos sentimos agredidos y nos ponemos en guardia, devolviendo la agresión al otro. Esto, que en principio no es nada malo de por sí, sino solo formas o modos de comportamiento, se convierte en algo disfuncional no por el hecho en sí, sino por el modo de hacerlo: el modo automático, el modo habitual, el modo no racional, el modo emocional, el modo reactivo. Funcionamos por reacción y no por acción, es decir, en nuestra vida cotidiana no solemos actuar sino reaccionar. Como la máquina de tabaco. Pero nosotros no somos máquinas de tabaco, ni siquiera somos máquinas a secas. Se nos supone seres humanos, racionales, con capacidad de pensar por nosotros mismo, de tomar decisiones y de aplicarlas. Eso es libertad, esa capacidad de decidir como nos comportamos o actuamos ante los estímulos externos o internos es lo que nos hace libres.
Cuando nos enfrentamos ante un estímulo desagradable o considerado como “malo” (un insulto, un desprecio, una desgracia personal o una catástrofe natural) usamos nuestro manual de instrucciones mental que nos indica como debemos sentirnos y actuar: debemos sentirnos agraviados, enfadados, tristes…y actuar en consecuencia, devolviendo la pelota o hundiéndonos en la miseria de la autocompasión, que no hace más que retroalimentar el proceso. Porque este tipo de conducta, repetido una y mil veces llega a crear asociaciones neuronales especializadas para reproducir este tipo de conducta. Es decir, vamos perdiendo poco a poco nuestra libertad de actuación ante los acontecimientos de la vida, para los cuales solo somos capaces de dar una respuesta, siempre la misma. Como la máquina de tabaco. A tal estímulo, tal respuesta.
Este tipo de actitud nos resta libertad porque permitimos que sean los demás o las circunstancias quienes determinen nuestro comportamiento, en lugar de ser nosotros mismos amos y señores de nuestros actos. Nos convertimos en máquinas de tabaco muy fáciles de manipular y todos lo sabemos. Todos sabemos como podemos manejar al prójimo cuando nos interesa, mediante el halago o mediante el insulto o el desprecio. Basta con pulsar el botón correcto y todos saltamos automáticamente. “Su tabaco, gracias”.
¿Por qué nos ocurre esto? Sería algo complejo de explicar y quizá merecedor de otra entrada, pero en resumen se podrían dar dos causas. La primera es que no sabemos ver la realidad más que a través del filtro de nuestra mente. La segunda es que no sabemos que somos libres de actuar como nos plazca ante los estímulos externos. Ahora bien, siendo las cosas como son ¿tiene esto arreglo? La respuesta es sí, pero hay que trabajárselo. Es necesario conocer nuestra manera de pensar, centrarnos y estudiarnos un poquito (o un mucho) a nosotros mismos para comprobar si esto es verdad o no, si actuamos de este modo irreflexivo. Tomar conciencia de esta realidad que, por frecuente, asumimos como natural. Este es el primer paso, reconocer el problema. Reconocer que cuando actuamos así no actuamos libremente, sino que es el exterior o los otros quienes deciden nuestros actos.
Reconocido el problema, tenemos ya en nuestras manos la mitad de la solución. La otra mitad consiste en darnos cuenta de nada nos obliga a responder de una manera determinada, más que nuestro hábito de hacerlo así. Si asumimos esto, veremos que podemos dar la respuesta que queramos ante cualquier estímulo externo, que podemos recobrar nuestra libertad de actuación. Cuando alguien nos insulta o nos trata de manera desagradable podemos sonreír, darnos la vuelta o marcharnos o incluso responderle con otro insulto, pero siempre de manera consciente, decidiendo que lo queremos hacer así y sabiendo que existen otras opciones y que no las usamos porque no nos parecen adecuadas en ese momento y no porque no podamos usarlas. Lo mismo se puede aplicar en el caso contrario, ante un estímulo positivo, aunque estos casos suelan crearnos menos problemas. Pero también es importante prestarles atención porque si seguimos usando el hábito para reaccionar ante lo positivo (aunque eso nos de placer) esa costumbre seguirá arraigando en nuestro cerebro y tenderemos a seguir usándolo para reaccionar ante los estímulos negativos. A menudo conviene parar unos segundos antes de responder y observar lo que pasa por nuestra mente en esos momentos.
En cuanto a las emociones, es un tema más difícil de trabajar. Pero siendo conscientes de ellas cuando las sentimos es más fácil canalizarlas de modo eficaz. Si tenemos asumido lo que he expuesto antes, si tenemos claro que podemos actuar y no reaccionar ante los estímulos, seremos capaces de manejar emociones como la ira, el enfado o el miedo sin que ellas determinen por sí solas nuestro comportamiento.
Eso sí, quien algo quiere algo le cuesta. Otra opción es conformarnos con ser máquinas de tabaco.

lunes, 20 de octubre de 2008

UNA LLAMADA AL AMOR

"He aquí un error que la mayoría de las personas cometen en sus relaciones con los demás: tratar de construirse un nido estable en el flujo constantemente móvil de la vida.

Piensa en alguien cuyo amor desees. ¿Quieres ser alguien importante para esa persona y significar algo especial en su vida? ¿Quieres que esa persona te ame y se preocupe por ti de una manera especial? Si es así abre tus ojos y comprueba que estás cometiendo la necedad de invitar a otros a reservarte para sí mismos, a limitar tu libertad en su propio provecho, a controlar tu conducta, tu crecimiento y tu desarrollo de forma que éstos se acomoden a sus propios intereses. Es como si la otra persona te dijera: "Si quieres ser alguien especial para mí, debes aceptar mis condiciones, porque, en el momento en que dejes de responder a mis expectativas, dejarás de ser especial" ¿Quieres ser alguien especial para otra persona? Entonces has de pagar un precio en forma de pérdida de libertad. Deberás danzar al son de esa otra persona, del mismo modo que exiges que los demás dancen a tu propio son si desean ser para ti algo especial.

Párate por un momento a preguntarte si merece la pena pagar tanto por tan poco. Imagina que a esa persona, cuyo especial amor deseas, le dices: "Déjame ser yo mismo, tener mis propios pensamientos, satisfacer mis propios gustos, seguir mis propias inclinaciones, comportarme tal como yo decida que quiero hacerlo...". En el momento que digas estas palabras, comprenderás que estás pidiendo lo imposible. Pretender ser especial para alguien significa, fundamentalmente, someterse a la obligación de hacerse grato a esa persona y, consiguientemente, perder tu propia libertad, Tómate el tiempo que necesites para comprenderlo...

Tal vez ahora estés ya en condiciones de decir: "Prefiero mi libertad antes que tu amor". Si tuvieras que escoger entre tener compañía en la cárcel o andar libremente por el mundo en soledad, ¿qué escogerías? Dile ahora a esa persona: "Te dejo que seas tú mismo/a, tener tus propios pensamientos, satisfacer tus propios gustos, seguir tus propias inclinaciones, comportarte tal como decidas que quieres hacerlo... “En el momento en que digas esto, observarás una de estas dos cosas: o bien tu corazón se resistirá a pronunciar esas palabras y te revelarás como la persona posesiva y explotadora que eres (con lo que es hora que examines tu falsa creencia de que no puedes vivir o no puedes ser feliz sin esa otra persona), o bien tu corazón pronunciará dichas palabras sinceramente, y en ese mismo instante se esfumará todo tipo de control, de manipulación, de explotación, de posesividad, de envidia... "Te dejo que seas tu mismo: que tengas tus propios pensamientos, que satisfagas tus propios gustos, que sigas tus propias inclinaciones, que te comportes tal como decidas que quieres hacerlo..."
Y observarás también algo más: que la otra persona deja automáticamente de ser algo especial e importante para ti, pasando a ser importante del mismo modo en que una puesta de sol o una sinfonía son hermosas en sí mismas, del mismo modo en que un árbol es algo especial en sí mismo y no por los frutos o la sombra que pueda ofrecerte. Compruébalo diciendo de nuevo: "Te dejo que seas tú mismo..." Al decir estas palabras te has liberado a ti mismo. Ahora ya estás en condiciones de amar. Porque, cuando te aferras a alguien desesperadamente, lo que le ofreces a la otra persona no es amor, sino una cadena con la que ambos, tú y la otra persona amada, quedáis estrechamente atados. El amor sólo puede existir en libertad. El verdadero amante busca el bien de la persona amada, lo cual requiere especialmente la liberación de ésta con respecto a aquél
"
Anthony De Mello (Una llamada al amor)

jueves, 16 de octubre de 2008

TODO SE TRANSFORMA

TODO SE TRANSFORMA (ECO)

Tu beso se hizo calor,
luego el calor, movimiento,
luego gota de sudor
que se hizo vapor, luego viento
que en un rincón de La Rioja
movió el aspa de un molino
mientras se pisaba el vino
que bebió tu boca roja.

Tu boca roja en la mía,
la copa que gira en mi mano,
y mientras el vino caía
supe que de algún lejano
rincón de otra galaxia,
el amor que me darías,
transformado, volvería
un día a darte las gracias.

Cada uno da lo que recibe
y luego recibe lo que da,
nada es más simple,
no hay otra norma:
nada se pierde,
todo se transforma.

El vino que pagué yo,
con aquel euro italiano
que había estado en un vagón
antes de estar en mi mano,
y antes de eso en Torino,
y antes de Torino, en Prato,
donde hicieron mi zapato
sobre el que caería el vino.

Zapato que en unas horas
buscaré bajo tu cama
con las luces de la aurora,
junto a tus sandalias planas
que compraste aquella vez
en Salvador de Bahía,
donde a otro diste el amor
que hoy yo te devolvería......

Cada uno da lo que recibe
y luego recibe lo que da,
nada es más simple,
no hay otra norma:
nada se pierde,
todo se transforma.

JORGE DREXLER

martes, 14 de octubre de 2008

EL SEÑOR DE LAS MOSCAS

Ayer me senté un rato a meditar. El día era caluroso, de modo que me puse un pantalón corto de deporte, me quité la camiseta y dejé abierta la ventana para que entrara algo de fresco. Pero con el fresco entraron también un par de moscas, revoltosas y juguetonas –cojoneras sería otra manera más corriente de llamarlas- que decidieron unirse al ejercicio. Solo que, como suele ocurrir con esta clase de bichos, parecían no encontrase completamente cómodas en ningún lugar, de manera que ambas fueron probando diversas partes de mi cuerpo: la cabeza, la cara, la punta de la nariz, los brazos, las piernas, la espalda…
Como es lógico suponer lo primero que sentí fue una vaga irritación. ¿Cómo se atrevían aquellas moscas a perturbar aquel momento? Mi primer impulso fue el de alejarlas de un manotazo, como solemos hacer todos, y seguramente lo habría hecho de no se porque justo acababa de sentarme sobre mi cojín y adoptar la postura que debía intentar mantener durante toda la práctica. Eso me contuvo de moverme, de modo que tuve que adoptar otras soluciones. Para empezar tomé consciencia de mi irritación y decidí analizarla mientras las moscas se movían a sus anchas sobre mi piel y mi pelo. ¿Por qué me irritaba realmente aquello? Visto con frialdad, lo que sensorialmente percibía no era más que un cosquilleo, una sensación que en muchas otras circunstancias habría descrito como agradable. El roce con una pluma sobre la piel, la caricia superficial de los dedos de un ser querido. Entonces me limité a percibir las sensaciones y descubrí que había varios motivos por los que me podía estar irritado: el primero era porque se trataba de moscas y nuestro concepto de ellas es que son insectos molestos que viven sobre la mierda y se la comen, de modo que mi concepto de las moscas hacía su presencia allí indeseable. Ojo, mi propio concepto de las moscas, no las moscas en sí. El segundo motivo, quizá el más importante, es que en el fondo consideraba aquello como una especie de violación de mi espacio, un allanamiento de morada corporal, la utilización por parte de las moscas de algo que era “mio”, mi propio cuerpo. Tras tomar conciencia de estas cosas, la irritación se desvaneció, pero las moscas no. Seguían estando allí. Seguían andando por mi piel y zumbando en mis oídos pero ya no eran un problema sino una simple realidad que estaba ahí y que tenía que asumir.
La aceptación de esta realidad resultó ser un paso adelante, porque a partir de ese momento las moscas se convirtieron en aliados durante el ejercicio de meditación. Limitándome a seguir sus movimientos sobre mi piel, sin pensar en ellos ni juzgarlos, sino solo sintiendo sus efectos fui tomando conciencia de cada una de las partes de mi cuerpo, según las moscas se iban posando y paseando sobre él. Eso me permitió advertir sensaciones corporales que hasta ese momento no había notado: aquí una contracción muscular, aquí un cosquilleo, aquí la presión del cojín o del suelo sobre el pie…
Así estuvimos las moscas y yo durante 35 minutos, hacia el final de los cuales di el último paso antes de terminar la sesión. Decidí “empatizar” con las moscas, sentirme yo mismo mosca y tratar de entender como me verían ellas a mí. Comprendí que nuestra visión sería muy distinta. Yo veo en mi la persona que suelo ser, la identidad que tengo asumida, con mis ideas, mi cuerpo, mi historia personal, mi nombre y apellidos…Para las moscas simplemente habría allí un posadero, un territorio que explorar lleno de apetitosos restos de comida, residuos orgánicos del propio cuerpo como células epiteliales o sustancias excretadas por la piel de las que ni siquiera somos conscientes. Para ellas ni siquiera existiría el concepto de persona. De hecho me juego el pescuezo a que las moscas no tienen concepto de nada. Ven lo que hay tal cual es. Y punto. A diferencia de nosotros que tenemos la inercia de ver lo que queremos ver o lo que pensamos que debemos ver, o lo que nos han enseñado que es la realidad.
Y ahora la pregunta del millón: ¿quién tiene razón?¿Las moscas o yo?

viernes, 10 de octubre de 2008

DOCE EJERCICIOS

Doce Ejercicios para la crianza de los Hijos en la Atención Plena

1. Intenta imaginar el mundo desde el punto de vista de tu hijo, dejando ir, intencionalmente, tu propio punto de vista. Haz esto todos los días durante por lo menos unos momentos para recordar quién es este hijo y qué es lo que enfrenta en el mundo.

2. Imagínate cómo se te ve y escucha desde el punto de vista de tu hijo, es decir, teniéndote a ti como padre hoy, en este momento. ¿Cómo podría modificar esto la forma en que te comportas en tu cuerpo y en el espacio, como hablas, lo que dices? ¿Cómo deseas relacionarte con tu hijo en este momento?

3. Practica el ver a tus hijos como simplemente perfectos de la forma que son. Fíjate si puedes mantenerte atento a su soberanía de un momento al siguiente momento, y trabaja en aceptarlos tal como son cuando sea más difícil para ti hacerlo.

4. Está atento de tus expectativas respecto de tus hijos y considera si son verdaderamente en su mejor interés. También, sé consciente de como comunicas esas expectativas y como los afectan.

5. Practica el altruismo, poniendo las necesidades de tus hijos por encima de las tuyas propias siempre que sea posible. Entonces ve si no hay algún terreno común donde tus verdaderas necesidades también puedan satisfacerse. Te sorprenderás cuánto traslape es posible, sobre todo si eres paciente, y te esfuerzas hacia el equilibrio.

6. Cuando te sientas perdido, o confundido, recuerda detenerte, como en el poema de David Wagoner: “El bosque respira…” Escucha lo que está diciendo; “El bosque sabe/Donde estás. Debes permitirle encontrarte…” Medita sobre el todo, trayendo tu atención total a la situación, a tu hijo, a ti mismo, a la familia. Al hacerlo, puede que vayas más allá del pensamiento, incluso del pensamiento bueno, y puedas percibir intuitivamente, con todo tu ser (sentimientos, intuición, cuerpo, mente y alma) lo que realmente necesita hacerse. Si aún así no está claro, quizá lo mejor sea no hacer nada hasta que se aclare más. A veces es bueno permanecer callado.

7. Intenta personificar la presencia silenciosa. Con el tiempo esto crecerá más allá de la practica formal e informal de la atención plena, si estás atento a cómo te comportas y a lo que proyectas con el cuerpo, la mente y el habla. Escucha cuidadosamente.

8. Aprende a vivir con la tensión sin perder tu propio equilibrio. En Zen y el Arte de Arquería, Herrigel describe cómo le fue enseñado a permanecer sin esfuerzo en el punto de mayor tensión sin disparar la flecha. En el momento correcto, la flecha se dispara misteriosamente a sí misma. Haz esto practicando el enfrentar cualquier momento, por difícil que sea, sin intentar cambiar nada y sin pretender que ocurra un resultado particular. Simplemente trae tu conocimiento pleno y tu presencia a ese momento. Practica el ver que cualquier cosa que surge se puede “trabajar”, si estás dispuesto a estar parado de esa manera en el presente, confiando en tu intuición y en tus mejores instintos. Tu hijo, sobre todo cuando es más chico, necesita que tú seas un centro de equilibrio y responsabilidad, un hito confiable con el que pueda orientarse dentro de su propio territorio. La flecha y el blanco se necesitan uno a otro. El forzar no ayuda. Se encontrarán mejor a través de la atención sabia y de la paciencia.

9. Pide disculpas a tu hijo cuando hayas traicionado su confianza aún de la manera más pequeña. Las disculpas sanan. Una disculpa muestra que has pensado más sobre la situación y has logrado verla con más claridad, o quizás más desde el punto de vista de tu hijo. Pero debemos estar atentos al pedir “perdón” demasiado a menudo. Pierde su significado si nosotros lo estamos diciendo siempre, o si hacemos un hábito del remordimiento. Entonces puede convertirse en una manera de no tomar responsabilidad de nuestras acciones. Sé consciente de esto. A veces, el cocinar al remordimiento puede ser una buena meditación. No apagues el fuego hasta que la comida esté lista.

10. Cada niño es especial, y cada hijo tiene necesidades especiales. Cada uno ve de una manera completamente única. Sostén una imagen de cada hijo en tu corazón. Sorbe su ser, mientras le deseas lo mejor.

11. Hay tiempos muy importantes en los que necesitamos practicar el ser muy claros y muy fuertes e inequívocos con nuestros hijos. Permite que esto provenga tanto como sea posible de tu conocimiento y generosidad y discernimiento, en vez del miedo, de la arrogancia, o del deseo de controlar. La crianza de los hijos en la atención plena no significa el consentir demasiado, el descuidar o el ser débil; ni tampoco significa el ser rígido, dominante y controlador.

12. El mayor regalo que le puedes dar tu hijo es tu mismo. Esto significa que parte de tu trabajo como padre es seguir creciendo en el auto-conocimiento y en la percepción. Tenemos que estar bien asentados en el momento presente para compartir lo que es más profundo y mejor en nosotros. Éste es un trabajo continuo, pero puede avanzarse reservando un tiempo para la contemplación silenciosa, en cualquier forma que sea cómoda para nosotros. Sólo tenemos el ahora. Permitámonos usarlo lo mejor posible, para el beneficio de nuestros hijos, y el nuestro propio.

por Myla y Jon Kabat-Zinn

martes, 7 de octubre de 2008

EL MONO Y EL PEZ ("Un buda" Director: Diego Rafecas)