lunes, 27 de agosto de 2007

AMPHARATE





Cuando viajo a ciertos lugares tengo la sensación de volver a casa, de encontrarme con viejos conocidos o familiares a los que no veía desde hace mucho tiempo. Eso me ocurrió cuando visité Roma por primera vez. Me volvió a ocurrir en Pompeya, y me ha sucedido de nuevo en Grecia. Reconozco que a veces me puede mi espíritu soñador. Donde hay piedras yo no solo veo piedras, veo vida, amores, desamores, odios, miedos y esperanzas, tragedia y comedia, de las gentes que las habitaron tiempo atrás.
Una vez oí a un arqueólogo que refiriéndose a su trabajo en Pompeya afirmaba que aquello era arqueología sentimental.¡Que hermosa frase! Y qué bien define lo que yo siento en esos lugares. Cuando me siento en una piedra de la cávea de un teatro romano o griego no puedo evitar preguntarme quién se sentó en ese mismo lugar hace más de dos mil años, como sería su rostro, a quiénes amaba y quienes le amaban, cuales serían sus sueños, qué sintió allí sentado…y a dónde fue a parar todo aquello que una vez fue carne animada.
Ese sentimiento se incrementa cuando estoy delante de una inscripción funeraria. ¡Cuánto encierran en sus escasas siglas esas pequeñas losas romanas, con su deseo de que la tierra sea leve al difunto! A veces se acompañan de estelas con imágenes relativas a la vida del muerto, igual que hacían los antiguos griegos.
Existe un lugar en Atenas llamado Keiramikós. Es un antiguo cementerio –el Cerámico- que en su día estuvo a las afueras de la ciudad y que hoy se puede visitar, pasear por sus calles como antaño, y leer las inscripciones y epitafios de quienes fueron enterrados allí a lo largo de los siglos. Allí fue enterrada una mujer hacia el 430-420 antes de nuestra era. Se llamaba Ampharate y era madre y abuela. Debió pertenecer a una familia pudiente, porque su estela es de buen tamaño y se acompaña de un relieve en el cual aparece sentada en una silla. Con su brazo izquierdo sostiene a un bebé sobre las rodillas, mientras con la derecha sujeta un biberón de cerámica. El niño extiende su mano hacia la abuela, con la palma abierta, como si quisiera tocar su rostro. Sobre las figuras, en un dintel sostenido por dos pilares está grabada la inscripción de su epitafio, que traducido dice así:

Sostengo aquí al querido niño de mi hija,
a quien sostuve en mis rodillas cuando estábamos vivos
y veíamos la luz del sol,
y ahora, muerta, lo sostengo muerto.



Hoy he querido recordar a Ampharate, quién a través de los dos mil cuatrocientos años que nos separan, ha sabido hacerme llegar su amor por su nieto más allá de la muerte. Que la tierra os sea leve, a los dos.






miércoles, 1 de agosto de 2007

PARA ELI

Majestad:
Los azares de Internet me han llevado, por casualidad, a descubrir ese rinconcito donde escribís. Hace un tiempo me dijisteis que aun no estabais preparada para mostrarlo. Es por eso que no me he atrevido a adentrarme en aguas prohibidas y he soltado el ancla a varias millas de la costa, esperando el permiso de Vuestra Majestad para navegar por esas aguas.
Y si ese permiso no llegare, lo entenderé, y levaré anclas con rumbo a otros mares desconocidos sin poner pie en vuestras tierras.

Besa vuestra real mano este, vuestro servidor.

¿A DONDE VAN?

¿A dónde van las palabras que no se quedaron?
¿A dónde van las miradas que un día partieron?
¿Acaso flotan eternas,como prisioneras de un ventarrón?
¿O se acurrucan, entre las rendijas, buscando calor?
¿Acaso ruedan sobre los cristales,cual gotas de lluvia que quieren pasar?¿Acaso nunca vuelven a ser algo?
¿Acaso se van?
¿Y a dónde van?
¿A dónde van?
¿En qué estarán convertidos mis viejos zapatos?
¿A dónde fueron a dar tantas hojas de un árbol?
¿Por dónde están las angustias,que desde tus ojos saltaron por mí?
¿A dónde fueron mis palabras sucias de sangre de abril?
¿A dónde van ahora mismo estos cuerpos,que no puedo nunca dejar de alumbrar?
¿Acaso nunca vuelven a ser algo?
¿Acaso se van?
¿Y a dónde van?
¿A dónde van?
¿A dónde va lo común, lo de todos los días?
¿El descalzarse en la puerta, la mano amiga?
¿A dónde va la sorpresa, casi cotidiana del atardecer?
¿A dónde va el mantel de la mesa, el café de ayer?
¿A dónde van los pequeños terribles encantos que tiene el hogar?
¿Acaso nunca vuelven a ser algo?
¿Acaso se van?
¿Y a dónde van?
¿A dónde van?
Silvio Rodríguez.