domingo, 14 de marzo de 2010

30 AÑOS SIN FÉLIX

Conservo una foto que me hizo mi padre cuando yo tenía 6 o 7 años, mientras dibujaba algo en un papel. Recuerdo muy bien ese momento y también lo que estaba dibujando. Era un sábado por la mañana y el motivo de mi dibujo era un cervatillo, el mismo que había visto la noche anterior en el capítulo semanal de “El hombre y la tierra”.

No se me ocurre ningún personaje público que haya influido tanto en mi vida como lo hizo Félix Rodríguez de la Fuente. A él le debo mi amor por los animales y por la naturaleza en general, mi curiosidad, mi afición por la pintura y el dibujo naturalistas, por la fotografía, mi interés por la antropología y mi inclinación hacia los pueblos indígenas...incluso mi afición a la lectura y por hablar y escribir correctamente el castellano.

Se han dicho tantas cosas sobre Félix que resulta muy difícil hablar sobre él sin caer en el tópico. En mi infancia representó para mi la puerta que me abrió el mundo de las maravillas, una visión del mundo que antes no tenía, un ejemplo a seguir por su gran pasión por la vida; por el trabajo bien hecho; por la lucha en defensa de aquello que uno ama; por una curiosidad siempre viva; por la mirada siempre renovada ante el milagro de una hormiga, de una flor, de un lobo, de una tormenta...El mundo ya nunca fue igual tras escucharle, verle y leerle. Aquello me convirtió en el raro de mi casa, siempre ocupado y preocupado por los bichos, siempre deseando ir al monte donde nadie se explicaba qué se me había perdido, en una época en que el movil era algo inimaginable y mis padres me exigían para ir de acampada que hubiese un teléfono...

En casa de mis tios estaba la colección completa de su primera gran obra editorial "Fauna", y yo me pasaba las horas muertas mirando y leyendo aquellos volúmenes y soñando con viajar al Serengueti, a las selvas del Amazonas y, claro, como niño que era, yo trataba de emularlo. Y así, me dedicaba a escribir artículos sobre animales en casa y en el colegio, cosa que me sirvió tremendamente para esforzarme en usar un lenguaje correcto y amplió mi vocabulario de niño de 11 años hasta extremos que asombraban a mis profesores.

Pero más allá de esa influencia directa, muchos de los momentos que más me han emocionado los he pasado en el campo, con los animales, ante la visión de una diminuta musaraña o los lances de un águila pescadora. Y nada de eso habría sabido valorarlo si antes Félix no me hubiese abierto los ojos y el corazón.

Por eso, ese niño que fuí y que aún colea 30 años después no puede más que darle las gracias por todo lo que me ha dado, al igual que a muchos otros niños de entonces que hoy son hombres
Gracias amigo, maestro. Mientras sigamos con vida seguirás viviendo en nuestros corazones.