domingo, 5 de abril de 2009

EL CURIOSO CASO DE SAN GUINEFORT

Se llamaba Guinefort y vivió en la diócesis francesa de Lyon, en las tierras del señor de Villars, hacia finales del siglo XII o principios del XIII. Se dice que había allí un castillo cuyo señor tenía un hijo de su esposa. Cierto día, siendo el niño un bebé, salieron de la estancia la nodriza, el señor y la esposa, dejando a solas al niño al cuidado de Guinefort. Se coló de pronto una víbora en la habitación y el valiente Guinefort, oliendo el peligro, se abalanzó sobre el ofidio con tal ímpetu que volcó la cuna del niño, que cayó al suelo aunque sin sufrir daño. Al oir el ruido, la nodriza entró en la estancia y encontró la cuna volcada y a Guinefort con la boca manchada de sangre. Creyendo que había asesinado al niño, gritó. La escena se repitió con la madre. El señor, al contemplar la dramática escena, sin mediar palabra tomó su espada y mató en el acto a Guinefort. Más tarde, al descubrir la víbora muerta y al niño sano y salvo, el señor comprendió la verdad de lo ocurrido y, arrepentido y asustado, enterró rápidamente y en secreto al desgraciado Guinefort.
Pero los campesinos, enterados de la terrible historia de Guinefort, comenzaron a venerarle como santo y martir y acudían a su tumba a solicitar su intercesión en la curación de sus hijos enfermos, ritual que se repitió a lo largo de los siglos, hasta el año 1930 (o sea, hasta ayer mismo) en que la Iglesia Católica prohibió su culto y amenazó con la excomunión a quienes lo practicasen.
¿Qué motivo pudo impulsar a la jerarquía vaticana a sacar del santoral a San Guinefort a pesar de los numerosos milagros que el populacho le atribuía? Se me ocurre que una de las razones principales para hacerlo es que el bueno de San Guinefort era...¡un perro! Sí, amigos, un perro santo, martir y milagrero.
Desde luego, de ser cierta la historia, Guinefort merecía ser santo y martir por su fidelidad canina hacia su pequeño amo. Aunque lo de los milagros lo veo menos claro.