sábado, 20 de septiembre de 2008

SOBRE DERECHOS Y DEBERES

Siempre me ha sorprendido ver en los centros sanitarios de la Junta de Andalucía los carteles informativos sobre los derechos y deberes de los pacientes o usuarios, como se les llama ahora: una larga lista de derechos (30) y una mínima lista de deberes (6). Derechos que todo el mundo exige cuando se tercia –cosa absolutamente normal y nada reprochable- y deberes que una gran mayoría parece desconocer o, simplemente, les importan un pijo. Deberes que incluyen, entre otros, el cuidado del material y el trato respetuoso hacia el personal que les atiende. Y esta desigualdad entre los platillos de la balanza no responde a otra razón más que la obsesión enfermiza de los cargos públicos por lo políticamente correcto, por quedar bien ante los electores, somos los más chachis, supermodernos, el cliente (y la clienta, faltaría más) siempre tiene la razón y toda esa monserga. Así que una parte nada desdeñable de la clientela se envalentona a menudo, sintiéndose respaldada por sus derechos del usuario y se pasa los deberes por el forro de la entrepierna, además de pasarse también varios pueblos. Nunca he visto a nadie montar un pitote por tener que esperar su turno en la cola del banco, o llamar a un funcionario de hacienda “chaval”, “quillo” o “muchacho” o a una funcionaria “muchacha” o directamente, “chocho”. Pero sí lo he visto a menudo en los hospitales al referirse al personal sanitario, especialmente a los que más tratan con paciente y familia, auxiliares y enfermeras.
En los servicios de urgencias la cosa es mucho más sangrante. A menudo se ha llegado incluso a la agresión física. La verbal es moneda corriente. Comprendo que la enfermedad suele ser muy jodida y que todo el mundo quiere que se le atienda de inmediato. Pero también es verdad que mucha gente acude a urgencias para evitar tener que esperar la cita en su ambulatorio o centro de salud y que, no contentos con saturar un servicio y recibir en unas horas las atenciones que por vía normal tardarían semanas, montan el espectáculo acusando al personal de vagos sin sentimientos, pasotas de pijama blanco que tratan a las personas como objetos. No saben, o no les importa, que ese personal esté sometido, además de la presión propia de la profesión, a unas condiciones de trabajo a menudo cercanas a la explotación, muchas veces con contratos basura, con bajas que no se cubren y que tienen que suplir los propios compañeros, y un sin fín de despropósitos que sería demasiado largo enumerar.
Por eso, a veces, el asunto toca fondo y pasa lo que pasa. Imaginad la escena. Servicio de urgencias de un hospital comarcal. Un cliente que lleva varias horas esperando, tras haber sido clasificado en función de la urgencia de su patología, comienza a montar el espectáculo a voz en grito, diciendo que a esto no hay derecho, que se le atienda de inmediato, entrando incluso en zona restringida y molestando, por cierto, con sus gritos al resto de los enfermos. El tipo, finalmente accede a la consulta del médico y allí continúa su monserga ante el facultativo: que si tengo derecho a esto y a aquello y rematando con la socorrida frase “porque a ti te pago yo con mis impuestos”.
Ernesto es médico de urgencias desde hace ya muchos años, arrastra ya las tablas suficientes como para que esta situación no sea nueva. La ha vivido ya otras tantas veces. De modo que Ernesto espera pacientemente a que el cliente acabe de despotricar. Entonces saca del cajón de su mesa una calculadora y aparenta hacer unas cuentas. Tras dejar la calculadora sobre la mesa, mira al cliente y sin perder la calma ni elevar la voz le responde:
- Usted me paga a mí exactamente veinte duros.
Ernesto saca de su bolsillo una moneda de cien pesetas y la pone sobre la mesa.
- Aquí los tiene usted – le dice sin perder la compostura y muy educadamente-. Y ahora, váyase a tomar por culo, que no me sale de los cojones atenderle.

5 comentarios:

Eli dijo...

Muchas veces he comentado esto mismo acerca de la desproporción entre derechos y deberes de los usuarios y cómo la balanza nunca se inclina sobre los que recibimos los tratos vejatorios.
Impertinencias como llamarnos de forma grosera son el pan nuestro de cada día, así como la desconfianza, la falta de educación, el desprecio a nuestro trabajo y la aparente confusión entre "enfermera" y "esclava", "cuidar" o "servir".

A mí también me han lanzado a la cara eso de "yo te pago tu sueldo". Pero ¿sabes qué suelo responder yo, que funciona a las mil maravillas? "Pues yo le pago a usted su cama, sus medicinas y el trabajo de su médico".
Cierto, no es tan espectacular como lanzarle veinte duros a la cara a alguien, pero al menos los altos cargos no me pueden acusar de negligencia o incumplimiento.

Alberich dijo...

Pues eso...

Juan dijo...

Amén. No hay nada más que decir cuando lo que se dice es redondo.

La única pega es que al pobre Ernesto, con el euro, le han machacado: ya no le puede dar 100 ptas. Que menos que un euro.

Un abrazo.

Costillo

Lenka dijo...

Cuánto nos gusta tirar de derechos, verdad? Como dice una buena amiga mía, este es el país del "y lo mío pa cuándo??" Nos importa un cuerno lo que les pase a los demás, si el de al lado está peor o necesita más ayuda, nos miramos el ombligo como los niños de tres años. Yo, yo, yo, yo. No vemos más allá de las narices. Sólo alabamos el sistema cuando nos dan lo nuestro. Lo que no vemos es el esfuerzo, el dinero, el tiempo que cuesta todo eso. Mover la maquinaria hasta que una señorita de bata blanca (no un chocho) sale por una puerta y dice: "señor García, pase a consulta".

Claro que nos repatea esperar, y la lentitud, y la saturación, pero todo eso es culpa nuestra, somos nosotros los que saturamos. Cada vez que he ido al médico me he tirado de los pelos viendo las salas de espera abarrotadas de ancianos aburridos dándose conversación. En urgencias? Bebés con dos décimas de fiebre, uno con dolor de estómago, la de la gripe... menuda jeta tenemos. Pero mira, no nos da por liarnos a mamporros con esos jetas, no. La culpa de los de la bata. De ese sistema que es tan malo cuando nos hace esperar y tan bueno cuando nos da lo que queremos.

Y sí, qué razón tenéis. Cuándo se ha visto que la gente monte el cirio en una caja de ahorros, en la panadería, en la oficina esa en la que, a lo mejor, más de la mitad de los funcionarios se están tomando el tercer café de la mañana y nadie dice ni pío? Yo nunca he visto que nadie ose llamar "chocho" a una empleada de banca o a una curranta del Inem. Será que la enfermedad nos pone de los nervios? Incluso cuando es un catarro mal curao? Floja excusa me parece. De verdad que me parece un misterio ese mal trato a los trabajadores de la sanidad. Por qué a ellos y no a otros??

Kaken dijo...

El miércoles pasado tuve la suerte de compartir cena con personas dedicadas a la Sanidad, lease médicos, residentes, representantes de laboratorios...
Todos corroboraban lo que tan bien has expuesto, Celadus, con una sola diferencia : aquí no llaman "chocho", si no "chochi"¡¡
En serio, siempre he pensado que el personal sanitario es el saco de los palos de los políticos que se meriendan a base de "verás tu estos tan clasistas (mentira) y tan ricachones (mentira) como se los ponemos en bandeja al personal (es decir, votantes), manzana en boca incluída, y verás que buena cosecha de votos"
Sé tanto del tema y me indigna de tal modo que prefiero dejarlo aquí.
Un abrazo.