martes, 25 de marzo de 2008

EL ESTIERCOL Y LAS FLORES

Hace unos meses, volviendo del trabajo, tuve un encuentro sorprendente. Un par de días antes me había llamado la atención el cadaver de un animal atropellado en el arcén de la carretera. No me parecía un perro ni un gato, tenía un color marrón y el pelo basto. A decir verdad, la primera impresión que me causó es que parecía un castor, cosa harto improbable y que deseché de inmediato, naturalmente. Sin embargo, la curiosidad pudo conmigo y aquel día decidí parar a un lado y bajar del coche a ver que demonios era aquel bicho.
Resultó ser una nutria, cosa no tan sorprendente como hubiese sido un castor, pero sí lo suficientemente llamativa en el lugar donde estaba, a la entrada ya del casco urbano y en una zona de marismas y salinas a un lado de la carretera y una laguna de agua dulce al otro. Era un animal corpulento, probablemente un macho que en vida debió ser una ejemplar admirable. Pero en aquellos momentos, sinceramente, daba pena verlo: inerte, destripado, algo hinchado ya y con el interior medio devorado ya por las larvas de los insectos. Le hice una foto -que no pongo aquí porque la imagen no es muy agradable- para dejar constancia del hallazgo, y continué con mi vida y la nutria con su muerte.
Estuve tentado de recoger el cráneo una vez limpiado por las hormigas y durante un tiempo iba echando un ojo cada vez que pasaba por el lugar para ver como estaban los restos, pero nunca volví a parar y allí se quedó el cuerpo, sufriendo su descomposición natural sobre el asfalto.
Ha pasado ya casi un año desde aquel día y hoy aquel cadaver se ha convertido en un montículo, una pequeña colina de apenas unos pocos centímetros de altura. El tiempo, el agua, los insectos y la tierra han obrado la transformación. Y la vida, que sabe aprovechar las ocasiones, ha colonizado esa pequeña isla de nutrientes que se ofrece generosa sobre el asfalto estéril. Con la primavera y las primeras lluvias han llegado las plantas. La pequeña colina está ahora revestida de un manto de hierba verde que alegra ese rincón de alquitrán gris. Estoy seguro de que en unos días llegarán las flores y lo que en tiempos fue un vivaracho mustélido acuático será al fin un surtidor de polen para que los insectos se cobijen, las abejas fabriquen su miel y los conductores ociosos recreen su vista con bellos colores.
Y eso me ha dado que pensar que la podredumbre y las flores son las dos caras de una misma moneda, que unas no pueden vivir sin la otra y que hacer distinciones sobre la bondad de unas y la maldad de otra no tiene en el fondo mucho sentido. Saber ver las flores en el estiercol y el estiercol en las flores y comprender que así es como deben ser las cosas y que así hay que aceptarlas. Y que si uno acepta disfrutar de las flores debe también aceptar el estiercol y darle el sitio que se merece.
Así, la nutria convetida en montículo y su manto verde se han convertido en inesperados maestros que me han mostrado el camino de la aceptación de uno mismo, con su estiercol y con sus flores. Y por eso, hoy solo puedo darles las gracias.

6 comentarios:

Kaken dijo...

Muy interesante y muy bonito.
Por cierto, no quedamos en que el círculo no se cierra del todo? o será que se reabre? o, quizás quizás, todo este juego de vida no sea más que una espiral en movimiento.
;-)

Alberich dijo...

Fantástico,Cel.
Realmente hermosa la manera de contarlo.

Jose dijo...

Cel, me ha encantado la historia, y eso que puede parecer una no muy agradable historia, pero lo has contado la "mar" de bien.

Y muchas gracias por hacernos ver que se puede aprender hasta de lo más infimo.

Lal dijo...

Nada escapa al ciclo de la vida, en cualquier escala. Todo se transforma.
Hasta las mariposas son alguna vez peludas y urticantes orugas.

Olga dijo...

Donde esta el montículo????
Para verlo!!!!!!!!!!!!

Guaja dijo...

Vaya, Cel, que manera tan linda de contarlo, pero sobre todo que manera de verlo. Me has hecho pensar, tambien me has hecho sonreir. Gracias.