¿Cómo percibimos el mundo? ¿Cómo nos percibimos a nosotros mismos?¿Cuál es la relación entre esas dos percepciones?
Tenemos la tendencia de ver la realidad de modo dualista: por una parte estoy yo y por otra, todo lo que no soy yo. Hemos aprendido a ver así la realidad, hemos aprendido que somos seres separados de lo externo, cosa que nos produce, aunque sea de modo inconsciente, una sensación de desvalimiento, de tener que luchar contra los elementos para seguir adelante, de que la vida nos pone miles de obstáculos que debemos superar.
Yo tengo una percepción de mi mismo, creo en mi mente una imagen de mi, de cómo soy, de mis características personales, de mis ideas, de mis gustos, etc. Por otro lado, tengo una percepción de lo que está fuera de mí, del mundo y de los demás. Pero esa percepción no es pura, sino que está tamizada y filtrada por mi mente, de modo que lo percibo es también una imagen, de los demás y del mundo. Ambas percepciones son imágenes que crea mi mente y que yo tomo por realidades. Y como tomo ambas por realidades, mi relación con el mundo o con los demás no es tal, sino una relación de imágenes. Es decir, tanto mi imagen como la imagen que tengo de lo externo son parte de mi consciencia y, por tanto, forman parte de mi. Desde este punto de vista, resulta absurda la separación yo-no yo. Yo creo mi propio mundo a cada momento, me creo a mi mismo y creo lo externo. Esto no quiere decir que no existan los demás, no hablo de eso. Lo que digo es que no los percibimos como son, sino como nos parece que son. Podríamos decir que los demás actúan como estímulo externo que provoca en nosotros una reacción y que esa reacción NO ES el estímulo.
De modo que, si nosotros somos creadores de nuestra realidad, resulta un poco absurdo que nos dejemos dominar por ella, que nos haga sufrir. Tenemos la opción de escoger la manera en que queremos crear nuestro mundo. Es cierto que existen limitaciones. No podemos cambiar lo que sucede pero sí el modo de interpretar lo que sucede que, al fin y al cabo, es lo que provoca nuestros sentimientos, lo que nos puede hacer sufrir, gozar o simplemente aceptar las cosas, según el caso. Lo que ocurre es que no es fácil tomar las riendas de ese poder. Nadie nos ha enseñado a hacerlo, más bien hemos aprendido todo lo contrario, y resulta una ardua tarea desaprender lo aprendido a lo largo de tantos años. No se trata tanto de aprender una nueva forma de ver las cosas como de desaprender nuestro modo actual, no de incorporar nuevas ideas o teorías sino de abandonar las que tenemos; no tanto de adquirir una nueva programación como de desprogramarnos.
Tenemos la tendencia de ver la realidad de modo dualista: por una parte estoy yo y por otra, todo lo que no soy yo. Hemos aprendido a ver así la realidad, hemos aprendido que somos seres separados de lo externo, cosa que nos produce, aunque sea de modo inconsciente, una sensación de desvalimiento, de tener que luchar contra los elementos para seguir adelante, de que la vida nos pone miles de obstáculos que debemos superar.
Yo tengo una percepción de mi mismo, creo en mi mente una imagen de mi, de cómo soy, de mis características personales, de mis ideas, de mis gustos, etc. Por otro lado, tengo una percepción de lo que está fuera de mí, del mundo y de los demás. Pero esa percepción no es pura, sino que está tamizada y filtrada por mi mente, de modo que lo percibo es también una imagen, de los demás y del mundo. Ambas percepciones son imágenes que crea mi mente y que yo tomo por realidades. Y como tomo ambas por realidades, mi relación con el mundo o con los demás no es tal, sino una relación de imágenes. Es decir, tanto mi imagen como la imagen que tengo de lo externo son parte de mi consciencia y, por tanto, forman parte de mi. Desde este punto de vista, resulta absurda la separación yo-no yo. Yo creo mi propio mundo a cada momento, me creo a mi mismo y creo lo externo. Esto no quiere decir que no existan los demás, no hablo de eso. Lo que digo es que no los percibimos como son, sino como nos parece que son. Podríamos decir que los demás actúan como estímulo externo que provoca en nosotros una reacción y que esa reacción NO ES el estímulo.
De modo que, si nosotros somos creadores de nuestra realidad, resulta un poco absurdo que nos dejemos dominar por ella, que nos haga sufrir. Tenemos la opción de escoger la manera en que queremos crear nuestro mundo. Es cierto que existen limitaciones. No podemos cambiar lo que sucede pero sí el modo de interpretar lo que sucede que, al fin y al cabo, es lo que provoca nuestros sentimientos, lo que nos puede hacer sufrir, gozar o simplemente aceptar las cosas, según el caso. Lo que ocurre es que no es fácil tomar las riendas de ese poder. Nadie nos ha enseñado a hacerlo, más bien hemos aprendido todo lo contrario, y resulta una ardua tarea desaprender lo aprendido a lo largo de tantos años. No se trata tanto de aprender una nueva forma de ver las cosas como de desaprender nuestro modo actual, no de incorporar nuevas ideas o teorías sino de abandonar las que tenemos; no tanto de adquirir una nueva programación como de desprogramarnos.