martes, 14 de octubre de 2008

EL SEÑOR DE LAS MOSCAS

Ayer me senté un rato a meditar. El día era caluroso, de modo que me puse un pantalón corto de deporte, me quité la camiseta y dejé abierta la ventana para que entrara algo de fresco. Pero con el fresco entraron también un par de moscas, revoltosas y juguetonas –cojoneras sería otra manera más corriente de llamarlas- que decidieron unirse al ejercicio. Solo que, como suele ocurrir con esta clase de bichos, parecían no encontrase completamente cómodas en ningún lugar, de manera que ambas fueron probando diversas partes de mi cuerpo: la cabeza, la cara, la punta de la nariz, los brazos, las piernas, la espalda…
Como es lógico suponer lo primero que sentí fue una vaga irritación. ¿Cómo se atrevían aquellas moscas a perturbar aquel momento? Mi primer impulso fue el de alejarlas de un manotazo, como solemos hacer todos, y seguramente lo habría hecho de no se porque justo acababa de sentarme sobre mi cojín y adoptar la postura que debía intentar mantener durante toda la práctica. Eso me contuvo de moverme, de modo que tuve que adoptar otras soluciones. Para empezar tomé consciencia de mi irritación y decidí analizarla mientras las moscas se movían a sus anchas sobre mi piel y mi pelo. ¿Por qué me irritaba realmente aquello? Visto con frialdad, lo que sensorialmente percibía no era más que un cosquilleo, una sensación que en muchas otras circunstancias habría descrito como agradable. El roce con una pluma sobre la piel, la caricia superficial de los dedos de un ser querido. Entonces me limité a percibir las sensaciones y descubrí que había varios motivos por los que me podía estar irritado: el primero era porque se trataba de moscas y nuestro concepto de ellas es que son insectos molestos que viven sobre la mierda y se la comen, de modo que mi concepto de las moscas hacía su presencia allí indeseable. Ojo, mi propio concepto de las moscas, no las moscas en sí. El segundo motivo, quizá el más importante, es que en el fondo consideraba aquello como una especie de violación de mi espacio, un allanamiento de morada corporal, la utilización por parte de las moscas de algo que era “mio”, mi propio cuerpo. Tras tomar conciencia de estas cosas, la irritación se desvaneció, pero las moscas no. Seguían estando allí. Seguían andando por mi piel y zumbando en mis oídos pero ya no eran un problema sino una simple realidad que estaba ahí y que tenía que asumir.
La aceptación de esta realidad resultó ser un paso adelante, porque a partir de ese momento las moscas se convirtieron en aliados durante el ejercicio de meditación. Limitándome a seguir sus movimientos sobre mi piel, sin pensar en ellos ni juzgarlos, sino solo sintiendo sus efectos fui tomando conciencia de cada una de las partes de mi cuerpo, según las moscas se iban posando y paseando sobre él. Eso me permitió advertir sensaciones corporales que hasta ese momento no había notado: aquí una contracción muscular, aquí un cosquilleo, aquí la presión del cojín o del suelo sobre el pie…
Así estuvimos las moscas y yo durante 35 minutos, hacia el final de los cuales di el último paso antes de terminar la sesión. Decidí “empatizar” con las moscas, sentirme yo mismo mosca y tratar de entender como me verían ellas a mí. Comprendí que nuestra visión sería muy distinta. Yo veo en mi la persona que suelo ser, la identidad que tengo asumida, con mis ideas, mi cuerpo, mi historia personal, mi nombre y apellidos…Para las moscas simplemente habría allí un posadero, un territorio que explorar lleno de apetitosos restos de comida, residuos orgánicos del propio cuerpo como células epiteliales o sustancias excretadas por la piel de las que ni siquiera somos conscientes. Para ellas ni siquiera existiría el concepto de persona. De hecho me juego el pescuezo a que las moscas no tienen concepto de nada. Ven lo que hay tal cual es. Y punto. A diferencia de nosotros que tenemos la inercia de ver lo que queremos ver o lo que pensamos que debemos ver, o lo que nos han enseñado que es la realidad.
Y ahora la pregunta del millón: ¿quién tiene razón?¿Las moscas o yo?

5 comentarios:

Ina dijo...

Eres un auténtico lama. Yo hubiese perseguido moscas alpargata en ristre hasta:
a) el exterminio
b) cargarme algún mueble de la habitación.

Pero reconozco el mérito de la meditación. Interesante el ejercicio de empatía. Eso de ver las cosas tal cual son tiene sus ventajas, no ves tus prejuicios proyectados en las cosas, lo malo es que tus afectos también desaparecerían. Tus hijos ya no serían (en parte) una proyección de tus anhelos, sino sólo seres vivientes con poca autonomía y mucho hambre.

Celadus dijo...

¡Los dioses me libren de ser un lama, Ina! jajajaja. Yo también me he cargado muchas moscas, esta misma tarde, sin ir más lejos, una acabó con mi paciencia.
En cuanto a lo que refieres de que nuestros afectos desaparecerían, más bien es al contrario, nuestros afectos serían más sinceros, porque amaríamos a las personas por lo que son y no a la imagen que tenemos de ellas.
Un abrazo.

Juan dijo...

¿Quién tiene la razón?: tú. Las moscas no tienen nunca la razón, porque carecen de ella.

Pero tú sólo tienes tus razones, con sus verdades y sus mentiras, con sus conceptos y sus prejuicios y la mosca tiene la esencia misma de las cosas.

Nunca he conseguido meditar con moscas (tampoco lo he intentado). Pero los hay aún más raros....algunos lo hacen con el ruido del lavavajillas, jajajajaja.

Ina, si mis hijos fuesen la proyección de mis anhelos, no los estaría amando ni respetando. Sólo serían una herramienta para conseguir, a través de ellos, lo que yo no he sido capaz, o bien simplemente querría tener clones míos por amor....a mí mismo.

Un abrazo a los dos.

Ina dijo...

A eso me refiero Juan, a que (aunque lo intentemos sinceramente) en el cariño hacia nuestros hay mucho de lo que proyectamos de nosotros mismos. De lo contrario, en el caso de un bebé por ejemplo ¿por qué vas a querer tanto a alguien que en principio no te reporta más que noches sin dormir y pañales sucios?
Una mosca no lo haría.

Kaken dijo...

Pues igual digo una barbaridad, pero a mí me parecen que ambos, ser humano y moscas, están acertados, no en su razociocinio (pregunta trampa?), si no en que cada cual es dueño absoluto de su percepción, porque ésta entra de lleno en el plano sensorial-intuitivo.
Luego ya es otra cosa lo que cada cual pueda extraer de su percepción modulándola con la lógica (las moscas según dicen, poco o nada).
Gracias por tu tiempo y tu texto, Cel, me ha encantado.