sábado, 3 de mayo de 2008

CONVERSACIONES EN LA CATEDRAL. I: LUISA


¿Por qué Cuba? Por un cúmulo de razones. La perla del Caribe era un destino soñado desde los años de adolescencia. A ello contribuyeron fundamentalmente el descubrimiento de la música de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés por un lado y el primer interés por la política de otra parte. Digamos que yo aquí encontraba una seria contradicción entre las letras de los cantautores de la Nueva Trova, reivindicando la libertad para dictaduras como la chilena –por aquel entonces Pinochet era el amo y señor del país- mientras defendían a capa y espada el sistema castrista. Por otra parte las noticias que me llegaban sobre Cuba eran siempre muy sesgadas: o era la maravilla, con sus problemas, sí, pero siempre por culpa del capitalismo y la presión de los EEUU; o era un régimen diabólico del que había que liberar a los cubanos cuanto antes. De modo que ya por entonces- mediada la década de los 80- me prometí que algún día iría a Cuba para ver de primera mano que pasaba allí, hablar con los cubanos de la calle y juzgar por mi mismo.
Tuvieron que pasar 15 años para que cumpliera aquella promesa. Cierto es que para entonces ya tenía una opinión más formada al respecto pero mi interés por conocer Cuba no había decaído. Mariana también tenía muchas ganas de ir, de modo que decidimos aprovechar el viaje de bodas para saltar el charco. En mi caso influyó también el hecho de que Fidel estaba ya por entonces muy mayor, aunque ha aguantado 10 años más en la poltrona, pero eso entonces no lo sabíamos. Lo cierto es que la Cuba castrista, independientemente de la opinión que se tenga de ella, era entonces un momento histórico que nadie sabía cuanto más iba a durar y si quería conocerla debía ser en aquel momento.
Viajamos a Cuba, conocimos la opulencia de los hoteles y la carestía en la calle, anduvimos por la Habana y Santiago y, sobre todo, hablamos con mucha gente: personas mayores, jóvenes profesionales, un chica de 20 años con un hijo de 5 que mantenía una ilusión en la sonrisa y unas ganas de vivir como no hemos conocido a esta parte del Atlántico… De todas esas conversaciones, destaco dos que reflejé en mi diario de viaje. Ambas tuvieron lugar en La Habana vieja, en las inmediaciones de la Plaza de la Catedral y durante la misma mañana. Y ambas me dieron una clara imagen de las dos caras de la visión del castrismo en la calle.

“Jornada cuarta (30/IV/98)

…como por arte de magia, a nuestro lado se ha sentado una señora de unos sesentaipico o setenta años que nos pide algo de dinero o regalos…Sin embargo, tras regalarle unos bolígrafos que agradece con el alma sigue a nuestro lado y comienza a largar por esa boquita. Se llama Luisa, cobra una pensión de 68 pesos mensuales y no come carne desde las pasadas navidades. Las cartillas de racionamiento solo reparten dos trozos de pollo para los niños. A ella esta semana le toca comer chícharos.
Sin embargo, a pesar de todo, ella cree en Fidel
hasta la muerte. La culpa de todo esto la tiene el bloqueo, aunque Castro podría hacer un poco más por el pueblo. Pero es normal que las cosas sean para los turistas, porque lo que él quiere son divisas para el país. Los males de Cuba provienen de los malditos contrarrevolucionarios que no pueden ver cómo el país está progresando. Incluso los robos a los turistas que se producen en La Habana y otras zonas son por su culpa: ellos pagan para que se produzcan y así los viajeros cuando vuelven a su país de origen recomiendan a sus amigos: “¡No vayan ustedes a Cuba que allí les roban!”.
Fidel es demasiado bueno. “Miren todos esos negros y negras que se prostituyen y no hacen más que pedir. Para ellos es más cómodo que trabajar. ¡Con esas manazas negras tan buenas para el trabajo en el campo! Son unos desagradecidos, porque Fidel les dio la libertad y así se lo pagan”.
Le pregunto que cree ella que ocurrirá cuando Fidel muera. Se echa las manos a la cabeza: “¡Ay no, por Dios!¡Que no se muera nunca!”. Insisto, pero algún día se morirá. Entonces todos esos se van a enterar. Porque Raúl –Castro- no es tan bueno y va a meter en vereda a todos esos vendidos. Y los yankies intentarán caer sobre la isla y “algún día lo conseguirán, pero les va a costar sudor y sangre, porque yo ya estoy vieja pero estas manos todavía pueden servir para curar heridos…”.
Para Luisa “Fidel es Dios”, le tiene en un pedestal. El es bueno y nunca miente. Cuando una le oye hablar se queda embobada porque explica tan bien las cosas…El ya “nos lo advirtió. Nos dijo: “Guarden toda la ropa que tengan, no boten nada. Lleven los zapatos rotos a arreglar porque las cosas se van a poner muy duras”. Nadie puede decir que él no avisó de lo que se avecinaba.
Él es muy bueno y de conducta ejemplar. Como ejemplo nos cuenta la historia de Ochoa. “¿No oyeron ustedes el cuento de Ochoa?”. El tal Ochoa era uno de los antiguos barbudos de la Sierra Maestra que obtenía fondos para la guerrilla de Angola. Pero se descubrió que guardaba el dinero en una caja fuerte como…(busca entre las ventanas de la plaza un tamaño semejante pero todas son demasiado grandes. Por fin encuentra lo que busca) “como aquella de allá”. Fidel le coge y le dice: “Ochoa, tu eres mi hermano, eres mi sangre aunque no tenemos la misma madre. Pero deja de hacer esas cosas porque voy a tener que hacer algo que no quiero hacer”. Pero Ochoa sigue en sus trece y acumula dinero y televisores y frigoríficos que luego vende. Así que al final Fidel tiene que fusilarlo. Castigo ejemplar porque “nosotros tenemos que dar ejemplo”…
…En resumen, ella trabajaba en el campo y sabe lo que era vivir bajo el yugo del dictador Batista. Su padre era campesino y le dieron un terruño lleno de piedras que ellos tuvieron que trabajar con el arado –Luisa se emociona al recordarlo-.Cuando al fin consiguieron que la tierra fuese productiva, el terrateniente les dijo que tenían que marcharse y se vieron en “el camino”. Su padre le dijo a su vecino: “No cultive mucho. Nomás lo que les de para comer porque si no les van a botar como a nosotros”. Ahora su hijo vive en el campo y ella cuando puede le manda algo de ropa.
Pero si Fidel es bueno, ¡qué decir del Ché! ¡Ese sí que era un santo! “Cuando Raúl llegue al poder hará lo mismo que él hizo cuando llegó a La Habana”. Cuando el Ché entró en la universidad y “vió a aquellos estudiantes sin sus partes, sin sus uñas” no dio tregua y ordenó matar a todo el que llevase uniforme azul –la policía, se entiende-. Fidel le dijo que debía esperar porque había que realizar un juicio justo. El Ché le contestó que los estudiantes no lo habían tenido: “yo ya he hecho mi juicio y he condenado”.
Conclusión de la charla, Fidel es Dios y a pesar de todo la Revolución vale la pena cueste lo que cueste, aunque se cobre una pensión miserable y haya que comer chícharos toda la semana. Un último consejo, que no nos acerquemos al mercadillo porque seguro que nos vana robar. Basta que uno meta la mano en el bolso para verse rodeado por una multitud como buitres al acecho de lo que puedan conseguir, aún a base de empujones.
Nos despedimos de ella con la promesa de verla por la noche y darle unos pantalones para su hijo.”
P.D. No nos robaron en el mercadillo.

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