jueves, 13 de diciembre de 2007

CUENTO ZEN

Historia de Miau.
Un samurai, feroz guerrero, pescaba apaciblemente a la orilla de un río. Pescó un pez y se disponía a cocinarlo cuando el gato, oculto bajo una mata, dio un salto y le robó su presa. Al darse cuenta, el samurai se enfureció, sacó su sable y de un golpe partió el gato en dos. Este guerrero era un budista ferviente y el remordimiento de haber matado a un ser vivo no le dejaba luego vivir en paz.
Al entrar en casa, el susurro del viento en los árboles murmuraba miau.
Las personas con la que se cruzaba parecían decirle miau.
La mirada de los niños reflejaba maullidos.
Cuando se acercaba, sus amigos maullaban sin cesar.
Todos los lugares y las circunstancias proferían miaus.
De noche no soñaba más que miaus.
De día, cada sonido, pensamiento o acto de su vida se transformaba en miau.
El mismo se había convertido en un maullido...
Su estado no hacía más que empeorar. La obsesión le perseguía, le torturaba sin tregua ni descanso. No pudiendo acabar con los maullidos, fue al temploa pedir consejo a un viejo maestro Zen.
-Por favor, te lo suplico, ayúdame, libérame.
El Maestro le respondió:
-Eres un guerrero, ¿cómo has podido caer tan bajo? Si no puedes vencer por ti mismo los miaus, mereces la muerte. No tienes otra solución que hacerte el haraquiri. Aquí y ahora. -Y añadió-: Sin embargo, soy monje y tengo piedad de ti. Cuando comiences a abrirte el vientre, te cortaré la cabeza con mi sable para abreviar tus sufrimientos.
El samurai accedió y, a pesar de su miedo a la muerte, se preparó para la ceremonia. Cuando todo estuvo dispuesto, se sentó sobre sus rodillas, tomó su puñal con ambas manos y lo orientó hacia el vientre. Detrás de él, de pie, el Maestro blandía su sable.
-Ha llegado el momento -le dijo-, empieza.
Lentamente, el samurai apoyó la punta del cuchillo sobre su abdomen. Entonces, el maestro le preguntó:
-¿Oyes ahora los maullidos?
-Oh, no, ¡Ahora no!
-Entonces, si han desaparecido, no es necesario que mueras.
En realidad, todos somos muy parecidos a ese samurai. Ansiosos y atormentados, miedosos y quejicas, la menor cosa nos espanta. Los problemas que nos preocupan no tienen la importancia que les otorgamos. Son parecidos al miau de la historia.
Ante la muerte, ¿qué cosa hay que importe?

sábado, 8 de diciembre de 2007

ILUSIONES

Vino al mundo un Maestro, nacido en la tierra santa de Indiana, criado en las colinas místicas situadas al este de Fort Wayne. El Maestro aprendió lo que concernía a este mundo en las escuelas públicas de Indiana y luego, cuando creció, en su oficio de mecánico de automóviles. Pero el Maestro traía consigo los conocimientos de otras tierras y otras escuelas, de otras vidas que había vivido. Los recordaba, y puesto que los recordaba adquirió sabiduría y fuerza, y la gente descubrió su fortaleza y acudió a él en busca de consejo. El Maestro creía que disfrutaba de la facultad de ayudarse a sí mismo y de ayudar a toda la humanidad, y puesto que lo creía, así fue, de modo que otros vieron su poder y acudieron a él para que los curase de sus tribulaciones y sus muchas enfermedades. El Maestro creía que era bueno que todo hombre se viera a sí mismo como hijo de Dios, y puesto que lo creía, así fue, y los talleres y los garajes donde trabajaba se poblaron y atestaron con quienes buscaban su sabiduría y el contacto de su mano, y las calles circundantes con quienes sólo anhelaban que su sombra pasajera se proyectara sobre ellos y cambiara sus vidas. Sucedió, en razón de las multitudes, que varios capataces y jefes de talleres le ordenaron al Maestro que dejara sus herramientas y siguiera su camino, porque el apiñamiento era tal que ni él ni los otros mecánicos tenían espacio para trabajar en la reparación de los automóviles. Se internó, pues, en la campiña, y sus seguidores empezaron a llamarlo Mesías, y hacedor de milagros; y puesto que lo creían, así fue. Si estallaba una tormenta mientras él hablaba, ni una solagota de lluvia tocaba la cabeza de uno de sus oyentes, y quienes estaban en el fondo de la multitud escuchaban sus palabras con tanta nitidez como los primeros, aunque en el cielo retumbaran rayos y truenos. Y siempre les hablaba en parábolas.Y les dijo:
"En cada uno de nosotros reside el poder de prestar consentimiento a la salud y a la enfermedad, a las riquezas ya la pobreza, a la libertad y a la esclavitud. Somos nosotros quienes las dominamos y no otro".Un obrero habló y dijo: "Es fácil para ti, Maestro, porque a ti te guían y a nosotros no, y no necesitas trabajar como trabajamos nosotros. En este mundo el hombre debe trabajar para ganarse la vida".El Maestro respondió y dijo: "Una vez vivía un pueblo en el lecho de un gran río cristalino."La corriente del río se deslizaba silenciosamente sobre todos sus habitantes: jóvenes y ancianos, ricos y pobres, buenos y malos, y la corriente seguía su camino, ajena a todo lo que no fuera su propia esencia de cristal."Cada criatura se aferraba como podía a las ramitas y rocas del lecho del río, porque su modo de vida consistía en aferrarse y porque desde la cuna todos habían aprendido a resistir la corriente."Pero al fin una criatura dijo:'Estoy harta de asirme. Aunque no lo veo con mis ojos, confío en que la corriente sepa hacia dónde va.
Me soltaré y dejaré que me lleve adonde quiera. Si continúo inmovilizada, me moriré de hastío' "Las otras criaturas rieron y exclamaron: '¡Necia! ¡Suéltate, y la corriente que veneras te arrojará, revolcada y hecha pedazos, contra las rocas, y morirás más rápidamente que de hastío!'"Pero la que había hablado en primer término no les hizo caso, y después de inhalar profundamente se soltó; inmediatamente la corriente la revolcó y la lanzó contra las rocas."Mas la criatura se empecinó en no volver a aferrarse, y entonces la corriente la alzó del fondo y ella no volvió a magullarse ni a lastimarse "Y las criaturas que se hallaban aguas abajo, que no la conocían, clamaron: '¡Ved un milagro! ¡Una criatura como nosotras, y sin embargo vuela! ¡ved al Mesías, que ha venido a salvarnos a todas!'"Y la que había sido arrastrada por la corriente respondió: 'No soy más mesías que vosotras. El río se complace en alzarnos, con la condición de que nos atrevamos a soltarnos. Nuestra verdadera tarea es este viaje, esta aventura' "Pero seguían gritando aún más alto:'¡Salvador!', sin dejar de aferrarse a las rocas. Y cuando volvieron a levantar la vista, había desaparecido y se quedaron solas, tejiendo leyendas acerca de un Salvador"
Y sucedió que cuando vio que la multitud crecía día a día, más hacinada y apretada y enfervorizada que nunca, y cuando vio que los hombres le urgían para que los curara sin descanso, para que los alimentara con sus milagros, para que aprendiera por ellos y viviera sus vidas, se sintió afligido, y ese día subió solo a la cima de un monte solitario y allí oró. Y dijo en el fondo de su alma:"Será un Portento Infinito, si esa es tu voluntad, que apartes de mí este cáliz, que me ahorres esta tarea imposible. No puedo vivir las vidas de los demás, y sin embargo diez mil personas me lo suplican. Lamento haber permitido que sucediera todo esto. Si esa es tu voluntad, autorízame a volver a mis motores y a mis herramientas, y a vivir como los otros hombres". Y una voz habló desde las alturas, una voz que no era masculina ni femenina, poderosa ni suave, sino infinitamente bondadosa. Y la voz le dijo: "No se hará mi voluntad sino la tuya. Porque lo que tú deseas es lo que yo deseo de ti. Sigue tu camino como los otros hombres, y que seas feliz en la tierra". Al escucharla, el Maestro se regocijó, y dio las gracias, y bajó de la cima del monte tarareando una cancioncilla popular entre los mecánicos. Y cuando la multitud le urgió con sus penas, y le imploró que la curara y aprendiese por ella y la alimentara incesantemente con su sabiduría y la entretuviera con sus milagros, él le sonrió y le dijo apaciblemente:"Renuncio". Por un momento, la muchedumbre quedó muda de asombro. Y él continuó: "Si un hombre le dijera a Dios que su mayor deseo consistía en ayudar al mundo atormentado, a cualquier precio, y Dios le contestara y explicara lo que debía hacer ¿tendría el hombre que obedecer?"."¡Claro, Maestro!", clamó la multitud. "¡Si Dios se lo pide deberá soportar complacido las torturas del mismísimo infierno"."¿Cualesquiera que sean esas torturas y por ardua que sea la tarea?""Deberá enorgullecerse de ser ahorcado, deleitarse de ser clavado a un árbol y quemado, si eso es lo que Dios le ha pedido", contestó la muchedumbre."¿Y qué haríais -preguntó el Maestro a la concurrencia- si Dios os hablara directamente a la cara y os dijera: 'OS ORDENO QUE SEÁIS FELICES EN EL MUNDO, MIENTRAS VIVÁIS'? ¿Qué haríais entonces?" La multitud permaneció callada. Y no se oyó una voz, un ruido, entre las colinas ni en los valles donde estaba congregada. Y el Maestro dijo, dirigiéndose al silencio: "En el sendero de nuestra felicidad encontraremos la sabiduría para la que hemos elegido esta vida. Esto es lo que he aprendido hoy, y opto por dejaros ahora para que transitéis por vuestro propio camino, como deseáis".Y marchó entre las multitudes y los dejó, y retornó al mundo cotidiano de los hombres y las máquinas.
Richard Bach, "Ilusiones"

lunes, 3 de diciembre de 2007

LA PLAYA DE ISLA NEGRA

Ya era hora de volver a la isla, aunque en realidad nunca me fui, solo que anduve paseando por la playa y recogiendo los mensajes embotellados que iban llegando a la orilla. Para todos los que los enviaron, sabed que lo llevo bien. La Parca y yo nos entendemos, ya me ha visitado otras veces y hace mucho que le vi la cara de cerca. No le guardo rencor, pero a veces se pasa de bromista. Es su forma de ser, no lo puede evitar.
Los paseos por la playa ayudan a entender muchas cosas, y a recordar las que ya sabemos. Me gusta mirar las olas. Son una metáfora perfecta de nuestras vidas: parecen surgir de la nada y van creciendo, unas despacio, otras muy deprisa, hasta tomar altura para luego volver a perderse en el mismo mar de donde nacieron. Son uicamente agua, solo que nos parecen otra cosa. El agua siempre está ahí, antes y después de las olas. Cuando una desaparece viene otra. Nunca es la misma forma pero siempre es la misma sustancia.
Caminas descalzo por la arena húmeda, sintiendo el contacto de los granos en la planta de tus pies, hasta que una de esas olas viene a morir ante ti, y sientes un lametón de espuma y un frío que te sube hasta los tobillos. Y entonces comprendes que todo está bien, que todo es como debe ser, y miras al mar, y te ves en un espejo. Y comprendes que estás vivo.

martes, 6 de noviembre de 2007

SIC TIBI TERRA LEVIS


Te fuiste sin poder despedirte, como sin querer molestar, durmiendo en tu cama, esperando un amanecer que nunca llegaste a ver. No sabes cuanto hubiese dado por poder haber estado allí contigo en ese momento, cogiéndote la mano en tu último aliento. Pero la muerte tiene sus propios planes y no tiene en cuenta nunca los nuestros.
Ya se que la muerte es una ilusión, que venimos y vamos, vivimos de prestado hasta que se acaba nuestro tiempo y volvemos al origen de donde surgimos, pero se hace difícil saber que no voy a verte más, papá, que no voy a sentir tu alegría al ver a tus nietos cada domingo, incluso que ya no vamos a discutir nunca más. Hasta eso lo echaré de menos.
Pero quiero que sepas que siempre estuve orgulloso de ti, de tu valor, de tu coraje, de tu honradez, de tu honestidad. De cómo supiste salir adelante cuando mamá murió, con una casa y tres hijos para ti solo. Todo lo bueno que hay en mí lo aprendí de ti: a ser honesto, a ir con la verdad por delante, a mantener los ideales que uno cree justos contra viento y marea, a tener confianza en mi mismo. También a ser cabezota, eso lo llevo en los genes. Como también te llevo en mi sangre y mi cuerpo, en mi forma de sonreír de medio lado. Tú vives en mí, en tus otros hijos, en mis hijos a los que tanto querías, y siempre vivirás en nosotros y en sus descendientes.
Ahora tus cenizas han vuelto a la tierra, para nutrir y dar vida a un hermoso olivo que espero que crezca sano y fuerte, a la hierba y a los animales que vivirán gracias a ti y en los que te perpetuarás por siempre en el ciclo de la vida. Y también en nuestro recuerdo.
Ten la seguridad de que Mario y Diego sabrán la gran persona que fuiste y cuanto los querías, y cuanto te hubiese gustado verlos crecer. Tengo guardado ese último regalo que tenías preparado para Mario, para dárselo esa mañana que nunca llegaste a ver, la última muestra de cariño de su abuelo. Y se lo daré, te lo prometo, cuando sepa apreciarlo en lo que vale.
Recibe el último abrazo que nuca pude darte. Ya sabes que te quiero, y que siempre te querré.

viernes, 26 de octubre de 2007

JUAN ANTONIO

Cuando uno no es capaz de encontrar las palabras para expresar lo que siente, lo mejor es dejar que hablen otros.




Hasta siempre, amigo.

lunes, 1 de octubre de 2007

GREGARIAS


Ya están aquí, como todos los otoños. Cada año, más o menos por estas fechas, me regalan un espectáculo no por esperado menos sorprendente. Cientos de cigüeñas blancas, volando en círculos, elevándose en espiral a lomos de una térmica o posadas sobre el verde de la marisma. Vienen huyendo del frío norte, del corazón de la Europa continental y se dirigen al sur, a tierras de África, donde buscan un hogar más acogedor donde soportar la invernada. Habrán ido sumando efectivos, como las huestes de Espartaco que iban recogiendo esclavos por tierras de Italia en busca de la libertad. Familias enteras, con los pollos recién nacidos en la última primavera descansan sobre estas tierras, reponiendo fuerzas y congregándose para la gran migración.
Esta tarde las vi. Posadas en el suelo, un horizonte blanco y negro y espigas rojas como el rubí. Quietas bajo el sol. Esperando. Simplemente esperando.
Allí seguirán hasta que no se qué misterioso resorte le pique espuelas a la primera de ellas y la incite a alzar el vuelo. Entonces, como en esos juegos de dominó que parecen crear una reacción en cadena, todas las demás desplegarán también sus alas al viento y ya no pararán hasta haber cruzado el estrecho, ese brazo de mar que no se sabe muy bien si separa o une continentes.
¡Volad! ¡Y tened buen viaje! Una parte de mi va con vosotras a África. Traédmela de vuelta la próxima primavera.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

CRITICAS


En cierta ocasión, un brahman celoso del Buda fue a verle y, lleno de ira y resentimiento, comenzó a llenarle de improperios y a insultarle duramente.
El Buda lo escuchaba pacientemente, sin alterarse ni responder a los reiterados insultos que el brahman le dirigía.
Después de un buen rato el hombre se cansó de sus ataques verbales y se calló. Entonces el Buda le preguntó:
-¿Ha terminado ya?
-¡Sí! – respondió el hombre.
-¿Recibe visitas en su casa?- le preguntó el Buda.
-Sí, a menudo – contestó el hombre intrigado.
- Y, ¿le ofrece a sus visitantes comida y bebida?- indagó el Buda.
-¡Desde luego! Esa es la costumbre- contestó el brahman.
- Y si la visita no los quiere, ¿qué hace usted?
- No me importa –dijo el brahman-. La como y la bebo yo mismo.
Entonces el Buda dijo:
- Eso es lo que puede hacer con sus críticas. Ha sido muy amable al invitarme a sus críticas, pero yo no las quiero. No quiero compartirlas con usted, así que cójalas y cómaselas solo.
El brahman, avergonzado, no supo qué decir.
Historias Zen. Taisen Deshimaru.

martes, 11 de septiembre de 2007

LA PAJA EN EL OJO AJENO

Se rien de este perro, ignorando cuantas veces hacen ellos lo mismo cada día ...

domingo, 2 de septiembre de 2007

CUANDO ESTUVE EN SUMAMBIQUE…

No recuerdo su nombre completo. Solo que se llamaba Rafael, pero todos le conocíamos por su apodo, con el que él mismo se presentaba: El Manga. Sí que recuerdo a la perfección su aspecto y su voz, cascada por los años, el salitre y el alcohol etílico que rezumaba cada poro de su cuerpo. Por aquel entonces debía andar pasados los sesenta, aunque quién sabe, igual era más joven de lo que aparentaba. Acudía puntual a la reunión que los amigos hacíamos cada viernes en nuestro local, para hablar de cosas serias antes de hacer una colecta al final y comprar algunas bebidas y algo de picar antes de despedirnos. A menudo aparecía por la puerta, con su pelo aún oscuro repeinado hacia atrás, dejando a la vista una frente amplia y morena, con su cigarrillo en una mano y su litrona de cerveza en la otra, su porte encorvado y vacilante y su cante flamenco por lo bajini. Saludaba educado con un “Buenas noches, señores…” que hacía volver la cabeza a todos los presentes, y del mismo modo educado hacía mutis cuando alguien le acompañaba hasta la puerta con la consabida frase de “Ahora no, Manga, que estamos reunidos. Vuelve más tarde”. Y le oíamos seguir cantando en la calle un poco más, hasta que nos enfrascábamos de nuevo en nuestra conversación.
Siempre volvía, animando a todos a compartir su cerveza y siempre dispuesto a compartir las ajenas. Y siempre había alguien que le animaba a contar sus historias. “Manga, cuéntanos aquello de Mozambique”. Y entonces Rafael levantaba la cabeza y fruncía un poco el ceño, como para dar énfasis e importancia a la historia y comenzaba a relatar, siempre con el mismo comienzo: “Cuando estuve en Sumambique…”
Decía que había sido marino y creo que nadie lo ponía en duda, aunque nadie tenía pruebas de ello. Su apodo así lo avalaba. Le gustaba contar sus historias a aquellos jóvenes y no tan jóvenes que no éramos del barrio, supongo que porque los del barrio ya las conocían de sobra. Por esos años el gaditano barrio del Pópulo andaba muy desmejorado, con mucho paro y mucha ruina, que se sobrellevaba con alcohol y otras drogas. Pero nosotros nunca tuvimos problemas con nadie allí, porque nuestras puertas siempre estaban abiertas y quien quería entraba y salía del local como Pedro por su casa. Como hacía El Manga.
Nos reíamos con él, pero nunca de él, porque acabó siendo uno más de la familia. Un día supimos que había muerto, de una cirrosis hepática, se decía, y todos sentimos la pérdida. Hoy me he acordado de él leyendo “La carta esférica”, de Pérez-Reverte, y me ha venido una sonrisa nostálgica al corazón y a la boca. Donde sea que estés, Rafael, que sepas que algunos todavía te recordamos. Estoy seguro de que a Arturo le hubiese encantado conocerte.

lunes, 27 de agosto de 2007

AMPHARATE





Cuando viajo a ciertos lugares tengo la sensación de volver a casa, de encontrarme con viejos conocidos o familiares a los que no veía desde hace mucho tiempo. Eso me ocurrió cuando visité Roma por primera vez. Me volvió a ocurrir en Pompeya, y me ha sucedido de nuevo en Grecia. Reconozco que a veces me puede mi espíritu soñador. Donde hay piedras yo no solo veo piedras, veo vida, amores, desamores, odios, miedos y esperanzas, tragedia y comedia, de las gentes que las habitaron tiempo atrás.
Una vez oí a un arqueólogo que refiriéndose a su trabajo en Pompeya afirmaba que aquello era arqueología sentimental.¡Que hermosa frase! Y qué bien define lo que yo siento en esos lugares. Cuando me siento en una piedra de la cávea de un teatro romano o griego no puedo evitar preguntarme quién se sentó en ese mismo lugar hace más de dos mil años, como sería su rostro, a quiénes amaba y quienes le amaban, cuales serían sus sueños, qué sintió allí sentado…y a dónde fue a parar todo aquello que una vez fue carne animada.
Ese sentimiento se incrementa cuando estoy delante de una inscripción funeraria. ¡Cuánto encierran en sus escasas siglas esas pequeñas losas romanas, con su deseo de que la tierra sea leve al difunto! A veces se acompañan de estelas con imágenes relativas a la vida del muerto, igual que hacían los antiguos griegos.
Existe un lugar en Atenas llamado Keiramikós. Es un antiguo cementerio –el Cerámico- que en su día estuvo a las afueras de la ciudad y que hoy se puede visitar, pasear por sus calles como antaño, y leer las inscripciones y epitafios de quienes fueron enterrados allí a lo largo de los siglos. Allí fue enterrada una mujer hacia el 430-420 antes de nuestra era. Se llamaba Ampharate y era madre y abuela. Debió pertenecer a una familia pudiente, porque su estela es de buen tamaño y se acompaña de un relieve en el cual aparece sentada en una silla. Con su brazo izquierdo sostiene a un bebé sobre las rodillas, mientras con la derecha sujeta un biberón de cerámica. El niño extiende su mano hacia la abuela, con la palma abierta, como si quisiera tocar su rostro. Sobre las figuras, en un dintel sostenido por dos pilares está grabada la inscripción de su epitafio, que traducido dice así:

Sostengo aquí al querido niño de mi hija,
a quien sostuve en mis rodillas cuando estábamos vivos
y veíamos la luz del sol,
y ahora, muerta, lo sostengo muerto.



Hoy he querido recordar a Ampharate, quién a través de los dos mil cuatrocientos años que nos separan, ha sabido hacerme llegar su amor por su nieto más allá de la muerte. Que la tierra os sea leve, a los dos.






miércoles, 1 de agosto de 2007

PARA ELI

Majestad:
Los azares de Internet me han llevado, por casualidad, a descubrir ese rinconcito donde escribís. Hace un tiempo me dijisteis que aun no estabais preparada para mostrarlo. Es por eso que no me he atrevido a adentrarme en aguas prohibidas y he soltado el ancla a varias millas de la costa, esperando el permiso de Vuestra Majestad para navegar por esas aguas.
Y si ese permiso no llegare, lo entenderé, y levaré anclas con rumbo a otros mares desconocidos sin poner pie en vuestras tierras.

Besa vuestra real mano este, vuestro servidor.

¿A DONDE VAN?

¿A dónde van las palabras que no se quedaron?
¿A dónde van las miradas que un día partieron?
¿Acaso flotan eternas,como prisioneras de un ventarrón?
¿O se acurrucan, entre las rendijas, buscando calor?
¿Acaso ruedan sobre los cristales,cual gotas de lluvia que quieren pasar?¿Acaso nunca vuelven a ser algo?
¿Acaso se van?
¿Y a dónde van?
¿A dónde van?
¿En qué estarán convertidos mis viejos zapatos?
¿A dónde fueron a dar tantas hojas de un árbol?
¿Por dónde están las angustias,que desde tus ojos saltaron por mí?
¿A dónde fueron mis palabras sucias de sangre de abril?
¿A dónde van ahora mismo estos cuerpos,que no puedo nunca dejar de alumbrar?
¿Acaso nunca vuelven a ser algo?
¿Acaso se van?
¿Y a dónde van?
¿A dónde van?
¿A dónde va lo común, lo de todos los días?
¿El descalzarse en la puerta, la mano amiga?
¿A dónde va la sorpresa, casi cotidiana del atardecer?
¿A dónde va el mantel de la mesa, el café de ayer?
¿A dónde van los pequeños terribles encantos que tiene el hogar?
¿Acaso nunca vuelven a ser algo?
¿Acaso se van?
¿Y a dónde van?
¿A dónde van?
Silvio Rodríguez.


sábado, 28 de julio de 2007

CARTA ABIERTA A UN VIAJERO

Hay momentos en la vida en que uno quisiera romper con todo, empezar de cero, levar anclas, desplegar las velas y poner rumbo a toda prisa hacia no se sabe donde, solo con tal de dejar atrás el horizonte conocido. Los cambios en la vida no solo pueden ser buenos y necesarios, también son inevitables. Nada en este mundo es inmutable, todo está en constante transformación, lo que ocurre es que nos gusta pensar que las cosas, las situaciones, las personas, permanecen inalterables. Y por eso algunas veces, cuando creemos que la vida nos trata mal, queremos forzar las cosas dando un giro de timón y tratando de ser una nueva persona.
Con el tiempo, uno se da cuenta de que huir hacia delante es inútil, que nadie puede cambiar radicalmente de un día para otro, que ese tipo de cambios son mucho más lentos y que la única forma de acelerarlos es, precisamente, no forzarlos nunca. Uno siempre se lleva, vaya a donde vaya, sus recuerdos, sus amores, sus temores, sus esperanzas, sus fracasos, sus rencores. Su visión del mundo, en definitiva. Y esa visión del mundo es la que hace que uno decida si la vida le trata bien o no. Cuando uno trata de negar ese conjunto de sensaciones, emociones y pensamientos que le conforman no hace más que crearse un nuevo enemigo: uno mismo. Antes o después empiezan a aparecer los fantasmas que uno creía haber dejado atrás, porque siempre los llevamos dentro.
La única forma de cambiar profundamente es conocernos y aceptarnos sin juzgarnos. Basta con ir comprendiendo nuestra manera de actuar, de pensar, darnos cuenta de nuestras motivaciones y las cosas irán cayendo por su propio peso. Poco a poco te irás dando cuenta de muchas cosas. Sabrás que muchos de los que creías tus problemas no son nada, solo humo y que la importancia de muchas cosas solo depende de que tú se la des.
No pretendo que creas ni una palabra de lo que he escrito. Ni siquiera se si tu cambio de vida incluye no volver a visitar mi página. Soy consciente de que nadie escarmienta por cabeza ajena y que es necesario que experimentes por ti mismo. Al fin y al cabo yo una vez también pasé por esto. Y si a mi me ha servido de experiencia ¿por qué no a ti? Alguien escribió una vez una frase que en su día me ayudó en mi camino y quiero regalártela hoy por si también te es útil. Decía algo así:

Cuando encuentres piedras en tu camino, si no puedes llevarlas contigo como hermanas, déjalas atrás como amigas.

Recuerda que esas piedras no están ahí para entorpecerte el camino. Ellas simplemente están. Eres tú quien tropieza con ellas. No dejes que los prejuicios te amarguen el viaje.

Un abrazo muy fuerte.

martes, 24 de julio de 2007

TENGO

Tengo salud, salvando los achaques propios del paso del tiempo, pero ninguna enfermedad incapacitante que me limite más allá de lo que mi propia constitución física y mental me permite.
Tengo un trabajo estable, donde desempeño la profesión que he estudiado por decisión propia y cuento con un sueldo digno que me permite cubrir mis necesidades básicas y mucho más que realmente no necesito, que me permite alimentar, vestir y educar a mis hijos.
Tengo una familia a la que amo y que me ama y todos están sanos.
Y tengo la lucidez suficiente como para darme cuenta de todo ello.
Soy consciente de que esta situación no es permanente, que la vida golpeará tarde o temprano donde más duele, sin previo aviso. Pero saber eso me ayuda a disfrutar de lo que tengo en el presente con más intensidad si cabe. Solo espero entonces contar con la misma lucidez para afrontarlo.
Quería compartir con vosotros estas reflexiones.

sábado, 21 de julio de 2007

REACCIÓN EN CADENA

El coche de delante se detiene. El conductor que le sigue se ve obligado a frenar a su vez.
-Pero ¿qué hace este gilipollas? – piensa el conductor- ¿No ve que me está retrasando? Con las ganas que tengo de llegar a casa.
Detrás del segundo conductor, un tercer coche se ve obligado a frenar también. Su conductora piensa, refiriéndose al segundo conductor:
-¿Y este qué hace? Volveré a llegar tarde otra vez por culpa de este tarado.

PARA DIEGO

Ya has echado a andar, con tus pasitos torpes, las piernas regordetas arqueadas, los brazos extendidos cual equilibrista sobre el alambre, con tu balanceo inseguro, con tu carita iluminada por una sonrisa ante la proeza que hasta ayer mismo parecía una utopía. ¡Cuánto has aprendido en este, tu primer año de vida! Y como has revolucionado la casa, amor mío. Recuerdo mis preocupaciones antes de que vinieses al mundo, preocupaciones de padre que antes ha sido y es hermano pequeño. Me preguntaba si se podría querer a un segundo hijo tanto como a un primero, cómo me afectaría tu venida (cómo nos afectaría a todos). Preocupaciones que luego se disiparon como la niebla cuando rompe el día, nada más tenerte en mis brazos, olerte, besarte, sentir tu manita apretando mi dedo, verte comer por primera vez, ver los ojos brillantes de tu madre, el ciclo perpetuo de la vida repetirse una vez más.
Hoy echas a andar, Diego, sin conocer la ruta, como todos, haciendo camino al andar, como decía el poeta. Que tus pasos te lleven a donde quieras ir y que en el sendero que te queda por recorrer encuentres alegrías tan grandes como las que tu me regalas cada día. Y cuando lleguen malos tiempos, recuerda que pasarán, y que yo estaré a tu lado mientras me quede un hálito de vida. Y, si puedo, después, también.

miércoles, 18 de julio de 2007

LA VIDA ES SUEÑO

Dicen que pasamos un tercio de nuestras vidas durmiendo. Yo no estoy de acuerdo, creo que pasamos dormidos mucho más tiempo. La vida es sueño, ya lo decía Calderón. Algo parecido había dicho el Buda muchos siglos atrás: el pasado es un sueño; el futuro un espejismo; el presente una nube que pasa. Vivimos soñando la mayor parte del tiempo, anclados en el pasado o esperando el porvenir, mientras la nube del presente se nos escurre entre los dedos como granos de arena. No es que lo hagamos voluntariamente, simplemente no somos conscientes de ello. Y no es fácil darse cuenta. Se dice que la mente es como un mono que salta de rama en rama, sin descansar en ningún lugar más de un segundo. Un culo inquieto, lo llamarían algunos.
El caso es que nos cuesta mucho estar en el momento presente cuando hacemos –o no hacemos- algo. Ponemos el piloto automático y funcionamos en casi todo por inercia, según la costumbre y la fuerza de nuestros hábitos, según la programación que aprendimos de pequeños y andamos repitiendo toda la vida. Solo cuando algo nos merece atención ponemos nuestra voluntad en ello y estamos pendientes de lo que hacemos, decimos o pensamos, en aquellas situaciones que nos parecen importantes.
Pero el resto de nuestros actos, los cotidianos, el comer, beber, caminar, vestirnos, fregar los platos, lavarnos, incluso a menudo el relacionarnos con los otros, parecen quedar fuera de nuestra atención. Como si no los estuviésemos viviendo realmente. Y si no somos nosotros quienes vivimos esas experiencias, ¿quién las vive?
A veces me gusta hacerme esta pregunta, porque me ayuda a ser más consciente de mis actos, mis pensamientos y mis sentimientos. Y en esos momentos de atención es cuando realmente puedo disfrutar al máximo de las cosas. Recuerdo la primera vez que lo hice con la comida. Me estaba comiendo un plátano y en lugar de morder, masticar y tragar de modo automático, me detuve a tomar conciencia de lo que estaba haciendo. Fue el plátano más sabroso que me había comido hasta entonces. Lo mastiqué despacio, mientras lo miraba y tomaba conciencia de todo lo que había participado para que aquella fruta estuviese en mis manos y mi boca: la tierra, el agua, el calor del sol, el trabajo de las personas que lo recolectaron, de las que lo trasportaron…Y era como si todo el Universo estuviese contenido en aquella fruta, cuyo contenido en agua, minerales y nutrientes pasarían a formar parte de mi cuerpo para más tarde regresar de un modo u otro a la tierra, al agua y al aire.
Diréis que mientras pensaba todo esto en realidad mi mente no estaba allí, comiéndome el plátano, sino en otras cosas. Pero no es así, porque mientras pensaba en todo eso era plenamente consciente de estar pensando, a la vez que era consciente de mis sentidos del tacto, del gusto y del olfato.
He repetido este ejercicio en muchas ocasiones -aunque a veces la cabeza se va, es inevitable- no solo con la comida, y puedo afirmar por ello que la práctica de la atención consciente me ayuda a estar despierto más horas al día, a disfrutar al máximo de las pequeñas cosas y a descubrir que la felicidad solo es posible en el aquí y el ahora, que no hay otro momento. Te invito a comprobarlo, si te apetece.
Carpe diem.

domingo, 15 de julio de 2007

ESE DEL ESPEJO SOY YO, PERO YO NO SOY ESE DEL ESPEJO

Dicen los maestros zen que meditar es como mirarnos en un espejo.


Y a veces puede que lo que veamos no nos guste.

miércoles, 27 de junio de 2007

MUSARAÑAS


Hoy no tengo ganas de escribir. A veces pasa que uno querría contar algunas cosas, poner negro sobre blanco ese batiburrillo de ideas que van y vienen como locas por su cabeza, sin parar un segundo, superfluas unas, profundas otras; pero ocurre que uno no tiene ganas. Y entonces uno se dedica a otras cosas: a oír música, a la lectura, a ver alguna película, a hacer planes de futuro o, sencillamente, a pensar en las musarañas. Pero uno no piensa en las musarañas como todos los demás, no, en absoluto: uno piensa en las musarañas con la firme voluntad de hacerlo, con plena consciencia. Porque las musarañas son algo muy importante para uno y porque, de algún modo, han marcado su vida. Probablemente convendría que uno aclarara en este punto que diablos son las musarañas, dado que uno no habla de una entelequia sino de algo muy real. Sepan aquellos que no estén al corriente que las musarañas de las que uno habla son mamíferos insectívoros, de tamaño minúsculo, que campan a sus anchas por nuestros campos y bosques, invisibles a los ojos del hombre común, deslizándose como fantasmas bajo la hojarasca, moviéndose incansablemente en busca de su alimento, de acá para allá, yendo de un lado a otro como locas. Como las ideas de uno por su cabeza.
Quizá por eso uno se ha acordado ahora de las musarañas. Quizá por eso uno está pensando ahora mismo en ellas y no tiene ganas de escribir. ¿Y qué tienen de importante las musarañas para que uno piense en ellas? Uno no sabría explicarlo, pero una vez -hace ya veinte años- una musaraña diminuta, menor que su dedo pulgar, le abrió a uno los ojos a la realidad del mundo. Sí, así como suena. Uno andaba ofuscado, tras un conflicto personal, una fuerte discusión. Y entonces uno se echó al monte para desfogarse o para huir del mundo o para autocompadecerse. Quién sabe. El caso es que estando uno en ese estado en el que el mundo parece confinarse en sus propios problemas, el suelo del bosque comenzó a moverse, las hojas muertas a levantarse. Y entonces uno se olvidó de todo y toda su atención se concentró en ese movimiento que se acercaba hacia su cabeza tendida en el suelo. Hasta que por debajo de una hoja asomó su hociquillo aquella diminuta musaraña, con sus ojos vivos a escasos centímetros de los ojos de uno, con su nariz respingona e increíblemente móvil husmeando el aire y, tras unos segundos, con un desprecio absoluto hacia uno, volvió a sumergirse bajo el mar de hojas muertas y se perdió en su mundo invisible de oscuridad y lombrices.
Y a uno se le quedó cara de bobo. Y uno aprendió un gran lección aquel día, porque uno se dio cuenta de que el mundo seguía adelante, sin importarle un comino los problemas de uno. Y que de hecho esos problemas no eran tales, sino una simple formación mental subjetiva, pasajera, irreal, impermanente, como la presencia de aquella musaraña. Como esas ideas que van y vienen como locas por la cabeza de uno, sin parar un segundo, superfluas unas, profundas otras, y que le quitan a uno las ganas de escribir.
Así que, decididamente, uno no va a escribir nada hoy. Porque uno no tiene ganas.

domingo, 17 de junio de 2007

ME DIO POR PENSAR...

Por aquí andamos de feria: mucho caballo y flamencas, casetas, cacharritos y los sempiternos puestos de venta ambulante. Esta mañana pretendía dar una vuelta por esos puestos para echar un vistazo a la mercancía pero al parecer llegué demasiado temprano: todos estaban cerrados. Cerrado es una manera de hablar, estaban tapados por plásticos o lonas debajo de los cuales, entre su borde y el suelo, de vez en cuando aparecían algunos pies estáticos. "Anoche debieron trabajar hasta tarde", pensé, y continué camino hacia el recinto de la feria.
Por el camino me encontré un trasiego constante de gente variopinta dirigiéndose con cierta prisa hacia los puestos, cargados de bolsas con viandas (supongo que para el desayuno). Me llamó la atención un grupo de hombres que descansaban sobre el césped tras haber comido y bebido algo. Serían unos quince jóvenes negros, tendidos algunos, otros de pie; unos cuantos charlaban entre sí en una lengua extraña, pero me llamó la atención otro pequeño grupo que estaba cantando. Lo dirigía un hombre tumbado, mientras dibujaba en el suelo con una ramilla al tiempo que iba desgranando su canción. Se me ocurrió pensar que debía ser una melodía de su tierra (quizá Senegal) y entonces caí en la cuenta de qué duro debe ser estar lejos de tu patria, de tu gente, de tus olores, de tus sabores, de tu música...de lo que ha sido tu vida, en definitiva. Y cómo las personas se agrupan para combatir ese pellizco en el alma, para recordar -o para olvidar-, para seguir manteniendo una identidad en la distancia, a veces simplemente con una canción.




Me dio por pensar también en lo afortunados que somos. Y lo poco que caemos en la cuenta.

sábado, 16 de junio de 2007

UNA HOJA DE HIERBA

Creo que una hoja de hierba, no es menos
que el día de trabajo de las estrellas,
y que una hormiga es perfecta,
y un grano de arena,
y el huevo del régulo,
son igualmente perfectos,
y que la rana es una obra maestra,
digna de los señalados,
y que la zarzamora podría adornar,
los salones del paraíso,
y que la articulación más pequeña de mi mano,
avergüenza a las máquinas,
y que la vaca que pasta, con su cabeza gacha, supera todas las estatuas,
y que un ratón es milagro suficiente,
como para hacer dudar a seis trillones de infieles.
Descubro que en mí,
se incorporaron, el gneiss y el carbón,
el musgo de largos filamentos,
frutas, granos y raíces.
Que estoy estucado totalmente
con los cuadrúpedos y los pájaros,
que hubo motivos para lo que he dejado allá lejos
y que puedo hacerlo volver atrás,
y hacia mí, cuando quiera.
Es vano acelerar la vergüenza,
es vano que las plutónicas rocas
me envíen su calor al acercarme,
es vano que el mastodonte se retrase
y se oculte detrás del polvo de sus huesos,
es vano que se alejen los objetos muchas leguas
y asuman formas multitudinales,
es vano que el océano esculpa calaveras
y se oculten en ellas los monstruos marinos,
es vano que el aguilucho
use de morada el cielo,
es vano que la serpiente se deslice
entre lianas y troncos,
es vano que el reno huya
refugiándose en lo recóndito del bosque,
es vano que las morsas se dirijan al norte,
al Labrador.
Yo les sigo velozmente, yo asciendo hasta el nido
en la fisura del peñasco.
Walt Whitman (Canto a mí mismo)
Y yo te acompaño, amigo mío.

jueves, 14 de junio de 2007

BOMBONES

Hoy, después de varios años, los resultados de la analítica han traído buenas noticias. Parece que mi hígado ha detenido su proceso de deterioro y comienza a recuperarse. No parece nada grave, probablemente un hígado graso, dice mi médico. Pero fastidia ver como tus enzimas hepáticas se mantienen al alza con los años. Este último control parece mostrar una clara mejoría, con algunos niveles ya normalizados y otros que –aunque permanecen altos- han descendido hasta los valores que presentaban hace cinco años, después de una estricta dieta baja en grasas que me he empeñado en mantener durante estos dos últimos meses.
No es que me obsesione demasiado. Como decía Forrest Gump, “la vida es como una caja de bombones”. Nadie sabe a donde le conducirá el destino y en parte ese es el atractivo que tiene la aventura de vivir. Tuve un tío que vivió muchos años con una cirrosis hepática galopante, fruto de su afición a la bebida –sin llegar al alcoholismo- gestada en su juventud como navegante en un buque holandés de mercancías. Cuando todos pensábamos que la cirrosis lo arrastraría a la tumba, mi tío sobrevivió a un cáncer de laringe provocado por su otra afición al tabaco y terminó muriendo, bien cumplidos los 70, como consecuencia de una infección generalizada tras realizarse un cateterismo después de sobrevivir a un infarto de miocardio.
Pero no os voy a mentir, me alegra que esa víscera mía retome el buen camino. Todavía tiene mucho trabajo que hacer y yo me empeñaré en facilitarle el camino. Mientras tanto, seguiré desenvolviendo bombones.

martes, 12 de junio de 2007

PARA MARIO

Es inevitable. El tiempo vuela sin que podamos hacer nada para impedirlo y todo cambia, se trasforma, para convertirse en algo que no sabemos como será. Esta tarde, como otras tantas, tras el baño te secaba, te ayudaba a vestirte. Tú me contaba cosas, con la inocencia de tus escasos cinco años en los ojos y en la lengua. Me hablabas de cosas banales: la banda de música que pasará por nuestra calle dentro de unos días, para la feria; las luces que se encienden y se apagan –mientras extiendes y cierras los dedos de sus manos para simular el movimiento-…Como tantas otras tardes.
Pero esta tarde ha sido distinta. Esta tarde he tomado conciencia de que te haces mayor, de que pronto ya no querrás que te abrace ni tampoco me estrecharás tú entre tus brazos. Aunque ahora no lo sepas. Ya se que es inevitable, que es ley natural y que así debe ser. Pero cuesta aceptarlo.
Por eso el abrazo de esta tarde ha sido especial, como si fuera el último o el primero. Ese abrazo me ha hecho el hombre más feliz del mundo y por eso quiero darte las gracias.
Te quiero mucho, hijo. Nunca lo olvides.

lunes, 11 de junio de 2007

UNA VERDAD INCOMODA (I)



Reconozco que estoy bastante confuso, aunque supongo que en el fondo es lo que algunos pretenden. Esto del cambio climático es un tema de lo más controvertido y escabroso, con intereses oscuros de una y otra parte. Hay quien afirma que la catástrofe se avecina inexorablemente y que nos vayamos preparando para lo peor; otros nos dicen que de eso nada, que aquí no hay de qué preocuparse y que a seguir tan ricamente con nuestras vidas, que todo seguirá igual. Y uno que ya es perro viejo en estas cosas, cuando oye a un político decir que no hay de qué preocuparse se echa a temblar, así de antemano, preguntándose por donde van a empezar a caer las tortas.
Por otra parte, los catastrofismos hace tiempo que dejaron de convencerme, entre otras cosas porque hay personas sensatas y que me merecen gran credibilidad que nos están diciendo que en realidad no sabemos qué es lo que puede pasar. Y supongo que como casi siempre ahí está la opción más cercana a la realidad, en el término medio.
Lo que parece claro es que el planeta se está calentando por el incremento de gases de efecto invernadero, sobre todo el CO2 porque al otro –el vapor de agua- resulta mucho más difícil seguirle el rastro por lo que se cuenta. Otra cosa es demostrar que ese incremento se debe a las actividades humanas, que yo creo que sí, pero demostrado no está. En todo caso la prudencia anima a tomar medidas preventivas, por si las moscas, reduciendo las emisiones de CO2 y la quema de combustibles fósiles. El problema es que eso es muy fácil decirlo pero muy complicado hacerlo. Dice Al Gore en su película “Una verdad incómoda” que muchos políticos saben lo que está ocurriendo pero no pueden reconocerlo porque eso les obligaría moralmente a tomar medidas muy drásticas. Y posiblemente sea así, pero también es cierto que se nos llena la boca acusando a los políticos y a las grandes industrias de no hacer nada o de hacer demasiado (mal) para evitar el problema. Ellos tienen su responsabilidad, sí, pero no olvidemos la nuestra.
Porque no nos engañemos: evitar el calentamiento global implica necesariamente cambiar nuestro modo de vida de una manera radical y es hora de plantearnos si estamos dispuestos a hacerlo. Nuestro consumo de recursos para mantener el nivel de vida y de confort de que disfrutamos es insostenible si lo extrapolamos al resto de la población mundial. Mantenemos este nivel de vida a costa de que el resto del mundo no lo haga y así, exigimos a los países en vías de desarrollo que no incrementen sus emisiones de CO2, o que respeten sus bosques y selvas mientras nosotros aumentamos las nuestras y hemos arrasado la cubierta vegetal de gran parte de Europa y Norteamérica. Y ellos, naturalmente, nos dicen que vayamos a tocársela a otro, que ellos quieren vivir como nosotros y poder disfrutar de todos los juguetes que nosotros tenemos y despilfarrar como nosotros despilfarramos. Y tienen todo el derecho a pensar y actuar así, mientras nosotros sigamos pensando y actuando así.
Los políticos no van a hacer nada mientras nosotros no les obliguemos a hacerlo, porque las medidas necesarias serían tremendamente impopulares. ¿Qué político se atrevería a decirnos que se acabaron las lucecitas de colores de la feria o de las navidades?¿O que se acabó eso de usar un megavehículo de 4x4 para llevar a los niños al colegio? ¿O que habrá que pagar más por los productos porque las empresas tendrán que adecuar sus instalaciones para hacerlas menos contaminantes con la inversión que eso supone?

Siempre he pensado que en esta vida hay que ser coherente y que para exigir hay que ser el primero en dar ejemplo. Y tu ¿qué opinas?

EL VECINO


Ocurrió hará unos meses. Parecía una mañana como cualquiera, de las de despertador a las 6 en punto, café rápido y prisas para asearse y vestirse para ir al trabajo. Hasta que abrí la puerta de casa. Allí estaba él, sentado en la escalera, los pies en el rellano, pegado a la pared junto al interruptor de la luz, con su bata a cuadros, una sola zapatilla, la respiración jadeante y el terror en la mirada. No puedo olvidar ese rostro, parece que lo estoy viendo ahora: el pelo cano y encrespado, la boca entreabierta y unos ojos cansados, presa ya casi del agotamiento, pero con una mirada que me agarró como las manos del náufrago se aferran a la tabla flotante que puede ser su salvación.

Yo no le conocía. Andaría por los setenta años y acababa de mudarse a un piso dos puertas más allá del mío, propiedad de sus hijos. Luego supe que aquel hombre había sufrido un infarto cerebral. Todo debió ocurrir de madrugada: te despiertas en mitad de la noche sin saber muy bien que te ocurre. Notas que tu mente y tu cuerpo no responden como debieran y de pronto te encuentras más solo y desvalido que nunca. Ten entra el pánico, te cuesta respirar. Quizá ni siquiera te ha dado tiempo a acostarte; tratabas de matar la soledad oyendo la radio o viendo la televisión hasta la madrugada. Te diriges dando tumbos hacia la puerta, buscando ayuda entre los vecinos que no conoces. Pero al abrir todo está oscuro como boca de lobo.

Ves un pequeño piloto naranja y sabes que allí está la luz, pero te cuesta mucho llegar hasta él. Al fin lo alcanzas y consigues encender pero ya no tienes fuerzas para seguir andando. Te sientas en la escalera, sin atreverte a separarte del interruptor de la luz por miedo a la oscuridad. Esperas que alguien baje la escalera…esperas…esperas…esperas…Pero nadie baja. Es madrugada y todos duermen.

Y entonces una puerta se abre y tus ojos se clavan en una persona que no conoces, implorando ayuda con la mirada porque no puedes hablar, ni moverte apenas. Y esa persona se acerca a ti, te coge de las manos e intenta tranquilizarte. Y entonces rompes a llorar y no sabes que esa persona está haciendo lo posible por aguantar el tipo para poder llamar a la ambulancia. Y que cuando al fin llega el personal sanitario y ya van apareciendo otros vecinos, quisiera seguir a tu lado un rato más, pero tiene que irse ya para no llegar tarde al trabajo.

No se cuantas horas pasó aquel hombre sentado en la escalera, encendiendo la luz cada vez que el temporizador la apagaba, pero debieron ser horas de terrible ansiedad y soledad desgarradora. No he vuelto a saber de él, porque sus hijos se lo llevaron a casa al salir del hospital y ahora su vivienda está ocupada por nuevos vecinos. Ni siquiera se cómo se llama. Si hubiese tenido fuerzas probablemente habría llamado a algún timbre para pedir ayuda. Pero a mi no deja de asaltarme una duda: si un desconocido con aspecto desaliñado llama a nuestra puerta en mitad de la madrugada, ¿le abriríamos?¿Le hubiese abierto yo? Mucho me temo que no. Me excuso diciendo que esta sociedad se ha vuelto muy insegura, que hay mucho delincuente suelto y bla, bla, bla... Pero la triste realidad es que en busca de nuestra seguridad y a causa de nuestros miedos estamos llegando a la deshumanización más absoluta. Y eso sí que debería asustarnos.