miércoles, 18 de julio de 2007

LA VIDA ES SUEÑO

Dicen que pasamos un tercio de nuestras vidas durmiendo. Yo no estoy de acuerdo, creo que pasamos dormidos mucho más tiempo. La vida es sueño, ya lo decía Calderón. Algo parecido había dicho el Buda muchos siglos atrás: el pasado es un sueño; el futuro un espejismo; el presente una nube que pasa. Vivimos soñando la mayor parte del tiempo, anclados en el pasado o esperando el porvenir, mientras la nube del presente se nos escurre entre los dedos como granos de arena. No es que lo hagamos voluntariamente, simplemente no somos conscientes de ello. Y no es fácil darse cuenta. Se dice que la mente es como un mono que salta de rama en rama, sin descansar en ningún lugar más de un segundo. Un culo inquieto, lo llamarían algunos.
El caso es que nos cuesta mucho estar en el momento presente cuando hacemos –o no hacemos- algo. Ponemos el piloto automático y funcionamos en casi todo por inercia, según la costumbre y la fuerza de nuestros hábitos, según la programación que aprendimos de pequeños y andamos repitiendo toda la vida. Solo cuando algo nos merece atención ponemos nuestra voluntad en ello y estamos pendientes de lo que hacemos, decimos o pensamos, en aquellas situaciones que nos parecen importantes.
Pero el resto de nuestros actos, los cotidianos, el comer, beber, caminar, vestirnos, fregar los platos, lavarnos, incluso a menudo el relacionarnos con los otros, parecen quedar fuera de nuestra atención. Como si no los estuviésemos viviendo realmente. Y si no somos nosotros quienes vivimos esas experiencias, ¿quién las vive?
A veces me gusta hacerme esta pregunta, porque me ayuda a ser más consciente de mis actos, mis pensamientos y mis sentimientos. Y en esos momentos de atención es cuando realmente puedo disfrutar al máximo de las cosas. Recuerdo la primera vez que lo hice con la comida. Me estaba comiendo un plátano y en lugar de morder, masticar y tragar de modo automático, me detuve a tomar conciencia de lo que estaba haciendo. Fue el plátano más sabroso que me había comido hasta entonces. Lo mastiqué despacio, mientras lo miraba y tomaba conciencia de todo lo que había participado para que aquella fruta estuviese en mis manos y mi boca: la tierra, el agua, el calor del sol, el trabajo de las personas que lo recolectaron, de las que lo trasportaron…Y era como si todo el Universo estuviese contenido en aquella fruta, cuyo contenido en agua, minerales y nutrientes pasarían a formar parte de mi cuerpo para más tarde regresar de un modo u otro a la tierra, al agua y al aire.
Diréis que mientras pensaba todo esto en realidad mi mente no estaba allí, comiéndome el plátano, sino en otras cosas. Pero no es así, porque mientras pensaba en todo eso era plenamente consciente de estar pensando, a la vez que era consciente de mis sentidos del tacto, del gusto y del olfato.
He repetido este ejercicio en muchas ocasiones -aunque a veces la cabeza se va, es inevitable- no solo con la comida, y puedo afirmar por ello que la práctica de la atención consciente me ayuda a estar despierto más horas al día, a disfrutar al máximo de las pequeñas cosas y a descubrir que la felicidad solo es posible en el aquí y el ahora, que no hay otro momento. Te invito a comprobarlo, si te apetece.
Carpe diem.

1 comentarios:

Lal dijo...

Tienes toda la razón, pocas veces logramos sentir plenamente el momento, y cuando lo conseguimos es realmente inolvidable.
Eso si, esperaré a una mejor racha para volver a hacerlo, no sea que este infernal presente me llegue aún con más intensidad...