miércoles, 27 de junio de 2007

MUSARAÑAS


Hoy no tengo ganas de escribir. A veces pasa que uno querría contar algunas cosas, poner negro sobre blanco ese batiburrillo de ideas que van y vienen como locas por su cabeza, sin parar un segundo, superfluas unas, profundas otras; pero ocurre que uno no tiene ganas. Y entonces uno se dedica a otras cosas: a oír música, a la lectura, a ver alguna película, a hacer planes de futuro o, sencillamente, a pensar en las musarañas. Pero uno no piensa en las musarañas como todos los demás, no, en absoluto: uno piensa en las musarañas con la firme voluntad de hacerlo, con plena consciencia. Porque las musarañas son algo muy importante para uno y porque, de algún modo, han marcado su vida. Probablemente convendría que uno aclarara en este punto que diablos son las musarañas, dado que uno no habla de una entelequia sino de algo muy real. Sepan aquellos que no estén al corriente que las musarañas de las que uno habla son mamíferos insectívoros, de tamaño minúsculo, que campan a sus anchas por nuestros campos y bosques, invisibles a los ojos del hombre común, deslizándose como fantasmas bajo la hojarasca, moviéndose incansablemente en busca de su alimento, de acá para allá, yendo de un lado a otro como locas. Como las ideas de uno por su cabeza.
Quizá por eso uno se ha acordado ahora de las musarañas. Quizá por eso uno está pensando ahora mismo en ellas y no tiene ganas de escribir. ¿Y qué tienen de importante las musarañas para que uno piense en ellas? Uno no sabría explicarlo, pero una vez -hace ya veinte años- una musaraña diminuta, menor que su dedo pulgar, le abrió a uno los ojos a la realidad del mundo. Sí, así como suena. Uno andaba ofuscado, tras un conflicto personal, una fuerte discusión. Y entonces uno se echó al monte para desfogarse o para huir del mundo o para autocompadecerse. Quién sabe. El caso es que estando uno en ese estado en el que el mundo parece confinarse en sus propios problemas, el suelo del bosque comenzó a moverse, las hojas muertas a levantarse. Y entonces uno se olvidó de todo y toda su atención se concentró en ese movimiento que se acercaba hacia su cabeza tendida en el suelo. Hasta que por debajo de una hoja asomó su hociquillo aquella diminuta musaraña, con sus ojos vivos a escasos centímetros de los ojos de uno, con su nariz respingona e increíblemente móvil husmeando el aire y, tras unos segundos, con un desprecio absoluto hacia uno, volvió a sumergirse bajo el mar de hojas muertas y se perdió en su mundo invisible de oscuridad y lombrices.
Y a uno se le quedó cara de bobo. Y uno aprendió un gran lección aquel día, porque uno se dio cuenta de que el mundo seguía adelante, sin importarle un comino los problemas de uno. Y que de hecho esos problemas no eran tales, sino una simple formación mental subjetiva, pasajera, irreal, impermanente, como la presencia de aquella musaraña. Como esas ideas que van y vienen como locas por la cabeza de uno, sin parar un segundo, superfluas unas, profundas otras, y que le quitan a uno las ganas de escribir.
Así que, decididamente, uno no va a escribir nada hoy. Porque uno no tiene ganas.

domingo, 17 de junio de 2007

ME DIO POR PENSAR...

Por aquí andamos de feria: mucho caballo y flamencas, casetas, cacharritos y los sempiternos puestos de venta ambulante. Esta mañana pretendía dar una vuelta por esos puestos para echar un vistazo a la mercancía pero al parecer llegué demasiado temprano: todos estaban cerrados. Cerrado es una manera de hablar, estaban tapados por plásticos o lonas debajo de los cuales, entre su borde y el suelo, de vez en cuando aparecían algunos pies estáticos. "Anoche debieron trabajar hasta tarde", pensé, y continué camino hacia el recinto de la feria.
Por el camino me encontré un trasiego constante de gente variopinta dirigiéndose con cierta prisa hacia los puestos, cargados de bolsas con viandas (supongo que para el desayuno). Me llamó la atención un grupo de hombres que descansaban sobre el césped tras haber comido y bebido algo. Serían unos quince jóvenes negros, tendidos algunos, otros de pie; unos cuantos charlaban entre sí en una lengua extraña, pero me llamó la atención otro pequeño grupo que estaba cantando. Lo dirigía un hombre tumbado, mientras dibujaba en el suelo con una ramilla al tiempo que iba desgranando su canción. Se me ocurrió pensar que debía ser una melodía de su tierra (quizá Senegal) y entonces caí en la cuenta de qué duro debe ser estar lejos de tu patria, de tu gente, de tus olores, de tus sabores, de tu música...de lo que ha sido tu vida, en definitiva. Y cómo las personas se agrupan para combatir ese pellizco en el alma, para recordar -o para olvidar-, para seguir manteniendo una identidad en la distancia, a veces simplemente con una canción.




Me dio por pensar también en lo afortunados que somos. Y lo poco que caemos en la cuenta.

sábado, 16 de junio de 2007

UNA HOJA DE HIERBA

Creo que una hoja de hierba, no es menos
que el día de trabajo de las estrellas,
y que una hormiga es perfecta,
y un grano de arena,
y el huevo del régulo,
son igualmente perfectos,
y que la rana es una obra maestra,
digna de los señalados,
y que la zarzamora podría adornar,
los salones del paraíso,
y que la articulación más pequeña de mi mano,
avergüenza a las máquinas,
y que la vaca que pasta, con su cabeza gacha, supera todas las estatuas,
y que un ratón es milagro suficiente,
como para hacer dudar a seis trillones de infieles.
Descubro que en mí,
se incorporaron, el gneiss y el carbón,
el musgo de largos filamentos,
frutas, granos y raíces.
Que estoy estucado totalmente
con los cuadrúpedos y los pájaros,
que hubo motivos para lo que he dejado allá lejos
y que puedo hacerlo volver atrás,
y hacia mí, cuando quiera.
Es vano acelerar la vergüenza,
es vano que las plutónicas rocas
me envíen su calor al acercarme,
es vano que el mastodonte se retrase
y se oculte detrás del polvo de sus huesos,
es vano que se alejen los objetos muchas leguas
y asuman formas multitudinales,
es vano que el océano esculpa calaveras
y se oculten en ellas los monstruos marinos,
es vano que el aguilucho
use de morada el cielo,
es vano que la serpiente se deslice
entre lianas y troncos,
es vano que el reno huya
refugiándose en lo recóndito del bosque,
es vano que las morsas se dirijan al norte,
al Labrador.
Yo les sigo velozmente, yo asciendo hasta el nido
en la fisura del peñasco.
Walt Whitman (Canto a mí mismo)
Y yo te acompaño, amigo mío.

jueves, 14 de junio de 2007

BOMBONES

Hoy, después de varios años, los resultados de la analítica han traído buenas noticias. Parece que mi hígado ha detenido su proceso de deterioro y comienza a recuperarse. No parece nada grave, probablemente un hígado graso, dice mi médico. Pero fastidia ver como tus enzimas hepáticas se mantienen al alza con los años. Este último control parece mostrar una clara mejoría, con algunos niveles ya normalizados y otros que –aunque permanecen altos- han descendido hasta los valores que presentaban hace cinco años, después de una estricta dieta baja en grasas que me he empeñado en mantener durante estos dos últimos meses.
No es que me obsesione demasiado. Como decía Forrest Gump, “la vida es como una caja de bombones”. Nadie sabe a donde le conducirá el destino y en parte ese es el atractivo que tiene la aventura de vivir. Tuve un tío que vivió muchos años con una cirrosis hepática galopante, fruto de su afición a la bebida –sin llegar al alcoholismo- gestada en su juventud como navegante en un buque holandés de mercancías. Cuando todos pensábamos que la cirrosis lo arrastraría a la tumba, mi tío sobrevivió a un cáncer de laringe provocado por su otra afición al tabaco y terminó muriendo, bien cumplidos los 70, como consecuencia de una infección generalizada tras realizarse un cateterismo después de sobrevivir a un infarto de miocardio.
Pero no os voy a mentir, me alegra que esa víscera mía retome el buen camino. Todavía tiene mucho trabajo que hacer y yo me empeñaré en facilitarle el camino. Mientras tanto, seguiré desenvolviendo bombones.

martes, 12 de junio de 2007

PARA MARIO

Es inevitable. El tiempo vuela sin que podamos hacer nada para impedirlo y todo cambia, se trasforma, para convertirse en algo que no sabemos como será. Esta tarde, como otras tantas, tras el baño te secaba, te ayudaba a vestirte. Tú me contaba cosas, con la inocencia de tus escasos cinco años en los ojos y en la lengua. Me hablabas de cosas banales: la banda de música que pasará por nuestra calle dentro de unos días, para la feria; las luces que se encienden y se apagan –mientras extiendes y cierras los dedos de sus manos para simular el movimiento-…Como tantas otras tardes.
Pero esta tarde ha sido distinta. Esta tarde he tomado conciencia de que te haces mayor, de que pronto ya no querrás que te abrace ni tampoco me estrecharás tú entre tus brazos. Aunque ahora no lo sepas. Ya se que es inevitable, que es ley natural y que así debe ser. Pero cuesta aceptarlo.
Por eso el abrazo de esta tarde ha sido especial, como si fuera el último o el primero. Ese abrazo me ha hecho el hombre más feliz del mundo y por eso quiero darte las gracias.
Te quiero mucho, hijo. Nunca lo olvides.

lunes, 11 de junio de 2007

UNA VERDAD INCOMODA (I)



Reconozco que estoy bastante confuso, aunque supongo que en el fondo es lo que algunos pretenden. Esto del cambio climático es un tema de lo más controvertido y escabroso, con intereses oscuros de una y otra parte. Hay quien afirma que la catástrofe se avecina inexorablemente y que nos vayamos preparando para lo peor; otros nos dicen que de eso nada, que aquí no hay de qué preocuparse y que a seguir tan ricamente con nuestras vidas, que todo seguirá igual. Y uno que ya es perro viejo en estas cosas, cuando oye a un político decir que no hay de qué preocuparse se echa a temblar, así de antemano, preguntándose por donde van a empezar a caer las tortas.
Por otra parte, los catastrofismos hace tiempo que dejaron de convencerme, entre otras cosas porque hay personas sensatas y que me merecen gran credibilidad que nos están diciendo que en realidad no sabemos qué es lo que puede pasar. Y supongo que como casi siempre ahí está la opción más cercana a la realidad, en el término medio.
Lo que parece claro es que el planeta se está calentando por el incremento de gases de efecto invernadero, sobre todo el CO2 porque al otro –el vapor de agua- resulta mucho más difícil seguirle el rastro por lo que se cuenta. Otra cosa es demostrar que ese incremento se debe a las actividades humanas, que yo creo que sí, pero demostrado no está. En todo caso la prudencia anima a tomar medidas preventivas, por si las moscas, reduciendo las emisiones de CO2 y la quema de combustibles fósiles. El problema es que eso es muy fácil decirlo pero muy complicado hacerlo. Dice Al Gore en su película “Una verdad incómoda” que muchos políticos saben lo que está ocurriendo pero no pueden reconocerlo porque eso les obligaría moralmente a tomar medidas muy drásticas. Y posiblemente sea así, pero también es cierto que se nos llena la boca acusando a los políticos y a las grandes industrias de no hacer nada o de hacer demasiado (mal) para evitar el problema. Ellos tienen su responsabilidad, sí, pero no olvidemos la nuestra.
Porque no nos engañemos: evitar el calentamiento global implica necesariamente cambiar nuestro modo de vida de una manera radical y es hora de plantearnos si estamos dispuestos a hacerlo. Nuestro consumo de recursos para mantener el nivel de vida y de confort de que disfrutamos es insostenible si lo extrapolamos al resto de la población mundial. Mantenemos este nivel de vida a costa de que el resto del mundo no lo haga y así, exigimos a los países en vías de desarrollo que no incrementen sus emisiones de CO2, o que respeten sus bosques y selvas mientras nosotros aumentamos las nuestras y hemos arrasado la cubierta vegetal de gran parte de Europa y Norteamérica. Y ellos, naturalmente, nos dicen que vayamos a tocársela a otro, que ellos quieren vivir como nosotros y poder disfrutar de todos los juguetes que nosotros tenemos y despilfarrar como nosotros despilfarramos. Y tienen todo el derecho a pensar y actuar así, mientras nosotros sigamos pensando y actuando así.
Los políticos no van a hacer nada mientras nosotros no les obliguemos a hacerlo, porque las medidas necesarias serían tremendamente impopulares. ¿Qué político se atrevería a decirnos que se acabaron las lucecitas de colores de la feria o de las navidades?¿O que se acabó eso de usar un megavehículo de 4x4 para llevar a los niños al colegio? ¿O que habrá que pagar más por los productos porque las empresas tendrán que adecuar sus instalaciones para hacerlas menos contaminantes con la inversión que eso supone?

Siempre he pensado que en esta vida hay que ser coherente y que para exigir hay que ser el primero en dar ejemplo. Y tu ¿qué opinas?

EL VECINO


Ocurrió hará unos meses. Parecía una mañana como cualquiera, de las de despertador a las 6 en punto, café rápido y prisas para asearse y vestirse para ir al trabajo. Hasta que abrí la puerta de casa. Allí estaba él, sentado en la escalera, los pies en el rellano, pegado a la pared junto al interruptor de la luz, con su bata a cuadros, una sola zapatilla, la respiración jadeante y el terror en la mirada. No puedo olvidar ese rostro, parece que lo estoy viendo ahora: el pelo cano y encrespado, la boca entreabierta y unos ojos cansados, presa ya casi del agotamiento, pero con una mirada que me agarró como las manos del náufrago se aferran a la tabla flotante que puede ser su salvación.

Yo no le conocía. Andaría por los setenta años y acababa de mudarse a un piso dos puertas más allá del mío, propiedad de sus hijos. Luego supe que aquel hombre había sufrido un infarto cerebral. Todo debió ocurrir de madrugada: te despiertas en mitad de la noche sin saber muy bien que te ocurre. Notas que tu mente y tu cuerpo no responden como debieran y de pronto te encuentras más solo y desvalido que nunca. Ten entra el pánico, te cuesta respirar. Quizá ni siquiera te ha dado tiempo a acostarte; tratabas de matar la soledad oyendo la radio o viendo la televisión hasta la madrugada. Te diriges dando tumbos hacia la puerta, buscando ayuda entre los vecinos que no conoces. Pero al abrir todo está oscuro como boca de lobo.

Ves un pequeño piloto naranja y sabes que allí está la luz, pero te cuesta mucho llegar hasta él. Al fin lo alcanzas y consigues encender pero ya no tienes fuerzas para seguir andando. Te sientas en la escalera, sin atreverte a separarte del interruptor de la luz por miedo a la oscuridad. Esperas que alguien baje la escalera…esperas…esperas…esperas…Pero nadie baja. Es madrugada y todos duermen.

Y entonces una puerta se abre y tus ojos se clavan en una persona que no conoces, implorando ayuda con la mirada porque no puedes hablar, ni moverte apenas. Y esa persona se acerca a ti, te coge de las manos e intenta tranquilizarte. Y entonces rompes a llorar y no sabes que esa persona está haciendo lo posible por aguantar el tipo para poder llamar a la ambulancia. Y que cuando al fin llega el personal sanitario y ya van apareciendo otros vecinos, quisiera seguir a tu lado un rato más, pero tiene que irse ya para no llegar tarde al trabajo.

No se cuantas horas pasó aquel hombre sentado en la escalera, encendiendo la luz cada vez que el temporizador la apagaba, pero debieron ser horas de terrible ansiedad y soledad desgarradora. No he vuelto a saber de él, porque sus hijos se lo llevaron a casa al salir del hospital y ahora su vivienda está ocupada por nuevos vecinos. Ni siquiera se cómo se llama. Si hubiese tenido fuerzas probablemente habría llamado a algún timbre para pedir ayuda. Pero a mi no deja de asaltarme una duda: si un desconocido con aspecto desaliñado llama a nuestra puerta en mitad de la madrugada, ¿le abriríamos?¿Le hubiese abierto yo? Mucho me temo que no. Me excuso diciendo que esta sociedad se ha vuelto muy insegura, que hay mucho delincuente suelto y bla, bla, bla... Pero la triste realidad es que en busca de nuestra seguridad y a causa de nuestros miedos estamos llegando a la deshumanización más absoluta. Y eso sí que debería asustarnos.